Me pregunto y me imagino que muchos otros también, que es lo que nos va a deparar este año casi recién estrenado. Dejado atrás las burbujas del cava, serpentinas, confetis, uvas a toque de campanada y el clásico feliz Año Nuevo, ya se han empezado a movilizar los malos augurios. Robos, secuestros, violaciones compiten en cual de ellos va a tener más protagonismo. La clase política suele acostumbrarnos a servirnos en bandeja de plata todo aquello que pueda llegarnos a encoger el alma y los medios de comunicación recogen y lanzan todo ello haciendo sus propias cábalas. Mucho de lo que se nos dice es cierto o casi cierto, pero como está a medias tintas y constantemente variando, el ciudadano es quien lo paga porque no sabe muy bien a que atenerse. Alguien debería cambiar esas lentes gastadas por su mal uso y comprar una nueva para que sirviera como ayuda en la búsqueda de noticias agradables capaces de poner luz en las sombras que nos rodean. Las hay y muchas, otra cosa es que no sean consideradas como noticias importantes. Nos estamos acostumbrando con el continuo bombardeo de la negatividad, a considerar normal cualquier hecho que tiempo atrás nos hubiera puesto la piel de gallina y por consiguiente a considerarlos como simples hechos cotidianos. Busquemos y que cuando un lector tomando su primer café de la mañana, se quede pálido, le tiemble el pulso y se le caiga el croissant dentro la taza dejándole hecho un mapa la camisa, no avisemos a una ambulancia ni pensemos que tiene alzheimer sino más bien un sustazo de primera plana.