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Crítica es libertad

Fe y paciencia (lema egipcio) (2)

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Los monumentos y templos egipcios más famosos están petados de turistas. Y muchos de ellos son españoles. El sábado día 7 de Enero salieron desde la T1 de Madrid hacia Luxor hasta cuatro aviones charters rebosantes de turistas y todo ello en poco más de veinte minutos.

Una de las curiosidades que más sorprende al llegar es ver como muchísimos edificios tienen sus tejados sin acabar puesto que muestran multitud de varillas y columnas preparadas para edificar otros pisos más. El guía explica que es una táctica picaresca para evitar pagar impuestos porque mientras todo el edificio no está totalmente acabado no se le considera obra finalizada. No creo que en Menorca eso fuera posible, claro.     

Para evitar las aglomeraciones en las visitas a los monumentos más conocidos se recomienda levantarse a unas horas intempestivas con el fin de llegar de los primeros y evitar el enjambre de turistas. Así pues ningún día nos levantamos más tarde de las seis de la mañana. Por ejemplo, el domingo día 8 nos despertamos a las 4 para salir de excursión a las 5 de la madrugada y visitar los alrededores de Luxor. Pero vale la pena contemplar los Colosos de Menón casi con la luz del alba o entrar en el Valle de los Reyes cuando el día se despierta con aquella paz majestuosa, con aquel silencio envuelto en una luz rosácea que nos recuerda los relatos bíblicos de las películas. Rizando el rizo el segundo día nos levantamos a la 1 y media de la madrugada porque era la ocasión de visitar Abu Simbel. La excursión exige un recorrido de 5 horas en autobús a través del desierto para poder ver lo que se considera    la octava maravilla del mundo. Este monumento es el resultado de la intervención de la Unesco en los años sesenta cuando se diseñó un proyecto de ingeniería que básicamente consistía en cortar en bloques los dos monumentos originales (dedicados al faraón guerrero Ramses II, fallecido a los 97 años, y a su esposa Nefertiti). Los bloques de piedra caliza se subieron a una altura de 65 metros sobre el nivel del mar con el fin de evitar que la nueva presa de Asuán que se tenía que construir anegasen estos testimonios históricos. Un trabajo colosal que en su día asombró al mundo.

De regreso nos paramos a ver un espejismo en pleno desierto. Sí, literalmente: un espejismo. Y lo vimos. Allá a lo lejos parecía    haber unas láminas de agua pero solo era una ilusión óptica. Curioso de verdad.

Los autobuses con turistas van normalmente escoltados por coches de la policía e incluso en el interior del autobús nos acompañó siempre un agente de paisano discretamente armado con una pistola. Egipto es un país militarizado. Se ve policía y militares por todas partes. En cualquier carretera, rescoldo o calle hay un retén escondido detrás de un parapeto de metal (una especie de escudo romano enorme con una rendija en su parte superior) donde los militares hacen guardias eternas. La seguridad es esencial en este país porque se juega su supervivencia económica. Desde los sorpresivos 62 asesinatos de turistas en el Templo de la reina-faraona Hatsheput (que visitamos el primer día) ocurridos en 1997 hasta la larga lista de atentados contra intereses turísticos y religiosos coptos de los últimos años, todo parece justificar la enorme vigilancia que existe en el país.

Otro punto de vital importancia para Egipto es la presa de Asuán, el pulmón vital del país. Fue Nasser quien tuvo la iniciativa de construir    una presa más grande y más adecuada que la que construyeron    en su día los británicos para ayudar a modernizar el país.    Por diversos motivos políticos consiguió la ayuda financiera y técnica de la Unión Soviética con lo que    la convirtió en socio preferente de Egipto. Aún hoy se puede ver la influencia de esa amistad: en el aeropuerto de Asuán también hay una base aérea militar donde descansan multitud de aviones de combate Migs y en uno de los aeropuertos de El Cairo (del que nosotros salimos para Madrid) hay al menos media docena de caza bombardeos que parecen estar listos para el combate.

El guía nos asegura que en Edfú (puerto fluvial donde el Templo de la Diosa Horus, la de la cabeza de halcón) es donde vive la peor gente de todo Egipto, donde más se drogan y donde más vagos hay (literal). Por mi parte en este lugar viví una de las experiencias más alucinantes de mi vida. Para trasladarnos al citado templo tocó subirnos a una calesa (una carro tirado por un caballo famélico) conducido por un loco con turbante. Me tuve que    sentar arriba al lado del conductor que sin previo aviso comenzó una carrera enloquecida a través de las polvorosas calles de aquel infierno de caos y miseria. Sin miramiento alguno adelantaba a las otras calesas, pasaba de derecha a izquierda y a la inversa ... una conducción suicida. «Me voy a caer, lo sé, me voy a caer... casi no puedo sujetarme porque todo salta, todo el asiento se tambalea... ¡socorro que me descoco!». Finalmente pienso que si Mahoma no viene a la montaña, la montaña irá; así pues me contagio de los gritos y gruñidos del conductor y también yo empiezo a aullar... «venga, dale caña, dale caña». No me puedo creer que vayamos a una velocidad tan terrorífica y que no nos estrellemos ni que el carro se descacharre... Pero llegamos vivos aunque casi con taquicardia. Sin quererlo hemos corrido una carrera de cuádrigas. Me siento protagonista de Ben-Hur. ‘Una i oli ‘

Una curiosidad personal fue encontrarme en una tumba de Sakara a otro mahonés que me preguntó si yo escribía en el «Menorca». Me dijo que le gustaban mis escritos porque eran «aire fresco». Yo le contesté que en todo caso serían ‘un petit oratge'. Finalmente resultó ser un familiar de unos amigos míos en Mahón. ¡Vaya por Dios!

En el fondo Egipto y Menorca pueden llegar a ser muy parecidas: las dos viven del turismo y en ambas hay quienes quieren vivir del recuerdo de las piedras. Porque no otra cosa es eso de la Reserva Talayótica. Piedras y pelas. (Continuará. El Cairo y 3).

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