El acuerdo entre el PP y Vox en Balears representa un parto múltiple. El primero en salir, el hermano mayor, es el del Govern, donde Marga Prohens no tendrá miembros de Vox en las consellerias. Ha sido necesario utilizar fórceps, los dos enviados de Abascal. Se han escrito 110 compromisos, cuyo cumplimiento vigilará una comisión de seguimiento. Fue el líder nacional de la ultraderecha quien explicó el pacto balear a los medios y lo que más destacó fue la nueva Oficina de Libertad Lingüística, cuyo director será propuesto por Vox al Parlament. Vox se ha alimentado y ha crecido hasta ahora de las críticas al «sanchismo» desde la comodidad de la oposición. Ahora tiene el papel de socio externo y no debería estar en misa y repicando al mismo tiempo. Prohens conoce los riesgos de determinadas políticas y deberá ser muy hábil para moderar el ardor guerrero de sus socios, sin que estos provoquen una crisis de gobierno.
El gemelo del parto del pacto, muy justo de peso, ha sido el Consell de Menorca. Dolfo Vilafranca seguramente tenía pocas esperanzas de ganar las elecciones, por eso dos consellers electos que debían aspirar a la oposición renunciaron a tomar posesión. Reacciona anunciando la estructura de su equipo de gobierno, sin Vox, un partido que se enfada y promete una dura oposición. El futuro presidente del Consell no abre ni una sola conversación con el coordinador de Vox, Xisco Cardona. Hasta que el pacto en Palma hace su trabajo y le obliga a incorporar a la consellera de Vox en el equipo de gobierno. Ahora, corriendo, hay que cerrar un acuerdo programático entre los dos partidos.
De hecho, el problema no es que PP y Vox pacten. No había alternativa. Y quizás ese sea el mandato de los electores. Lo importante es lo que se pacta y cómo se gestiona. Estas dos partidas están por jugar en Menorca. Por fin, la política local entra en juego. Tampoco se puede afirmar un resultado en la fase de calentamiento. Hay que dejar un poco de tiempo. Es el momento de Dolfo Vilafranca.