Dicen quienes han pasado por ello, que la mejor manera de transitar por arenas movedizas, es haber tomado buena nota aquellos que han superado esos trances. Fíjense por ejemplo en el ya lejano año de 2005, Zapatero le confesó a Juan Luis Cebrián en el transcurso de una reunión a «manteles» en la Moncloa, que con la reforma del Estatuto de Catalunya iba a corregir el conflicto catalán de por vida. El mismo Cebrián lo cuenta en su artículo de «El País», de fecha 9 de octubre de 2023. Pero transcurrido el tiempo, se ha podido comprobar que no solo no corrigió nada si no que lo empeoró, visto como son las arenas movedizas del independentismo catalán. Con esas experiencias, cabe preguntarse si el Sr. Sánchez lo que intenta es corregir el interminable y tedioso conflicto independentista. Hay mucha gente que se lo cree así o acaso la carambola, mayormente consiste en asegurarse su complicada investidura.
No tengo ninguna dificultad en afirmar que claro, lo que se dice claro, no lo tengo, lo que sí me barrunto es que de ir a la investidura gracias a los separatistas y a Puigdemont, el investido hará bien en taparse la nariz pero sobre todo los oídos, pues allá donde quiera que vaya, le recordarán que buena parte de españoles no olvidan que Puigdemont es un huido de la justicia. Fíjense qué «mimbres», el Sr. Sánchez por un lado y Puigdemont por otro en su refugio de Bruselas. Podíamos también decir un idealista del siglo XXI y un delincuente fugado de la justicia, combinación a todas luces inestable, como quien padeciendo vértigo, se pone a cruzar un barranco caminando sobre un alambre a 20 metros de altura.
Por otra parte, veo lógico y por ello normal, que al no darse en las elecciones generales una mayoría absoluta, los partidos con aspiraciones a gobernar busquen pactos y componendas entre los otros partidos a los que las urnas les han ido aun peor para aspirar al poder. De esos pactos nacen las quejas y los reproches cuando los que logran los pactos son otros; a nadie le molesta su propia mierda (perdón por lo escatológico).
Bien está pues eso de buscar con quien pactar, pero debería de haber un acuerdo entre caballeros, aunque eso suene más osado que pedirle peras al olmo; un acuerdo repito, que no permitiera «tirar la caña» en las aguas revueltas de quienes han sido declarados como corruptos o entre aquellos que no respetan ni las leyes ni la Constitución, no parando en sus afanes conspiratorios aun a sabiendas de que no respetan la Ley que un día por sus cargos juraron defender. Eso por sí solo tiene un nombre: delinquir, y un precio en nuestro ordenamiento jurídico: la cárcel, imposibilitando esas figuras de la amnistía o el indulto, figuras que a la vez que distintas, asombrosamente parecidas, a la que los infractores del todo a cien no parecen tener ningún derecho. Aquí solo «moja» aquel que transgrede la ley al por mayor, o sea, el que la lía más gorda.
A propósito de indultos, lo digo porque estas son las horas que aún no sabemos a ciencia cierta, si va la cosa de amnistía o de indulto, en ambos casos el transgresor de la ley sale de la cárcel, y según el independentismo contumaz, con intención afirmada públicamente de volver a hacerlo. Solo por ese tipo de amenazas no debería tener lugar ninguna medida de gracia. Los indultos datan del año 1880, aunque no me parece ocioso señalar, que la Constitución impide los indultos generales.
Para terminar, déjenme decirles, que convendría que el señor Sánchez echara unos párrafos con Zapatero y que este le contara cómo le fue con sus buenas intenciones y el caso que los secesionistas le hicieron.