Lo de las llamadas spam es de risa, una de esas risas histéricas, descontroladas, demenciales, que preceden a las catástrofes y los titulares de prensa más siniestros. Entiendo que a ustedes también les acribillan. Si no es así, envíenme un privado explicándome cómo lo consiguieron. Uno sabe que los que se encuentran al otro lado son trabajadores que cumplen órdenes y horarios, el eslabón débil de la maquinaria monstruosa, pero cuando el teléfono suena a las diez de la noche de un día entre semana uno siente brotar en él al Ted Bundy que lleva dentro. Y todos llevamos uno entre el esternón y la boca del estómago.
Solo el fútbol y los hijos adolescentes pueden provocar algo así. En mi caso, he dejado de interesarme por el fútbol y mi hija mayor, por suerte, ya superó esa etapa infernal que convierte a los jóvenes en chinchetas dentro de nuestros zapatos. Así las cosas, no me queda más remedio que seguir bloqueando números e ignorando llamadas. Quizá en una de estas, quién sabe, no me entero de que me han concedido el Cervantes o el Nobel. Todo por los spam.