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Una se acostumbra a todo

Fraudes del nuevo milenio

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Hubo un tiempo, muy muy largo, en que la vida no consistía en pasarse el tiempo pendiente de un teléfono móvil. De repente, casi de un día para otro, este tiempo nos parece lejanísimo, de tal manera que ahora ya no sabríamos vivir en él. Nos resultaría imposible, de hecho. Internet ha cambiado la existencia humana tanto como la cambiaron el    fuego o la rueda, por hacer una sencilla comparación. No existían vidas paralelas en un mundo virtual ni se nos interrumpía constantemente con cosas del todo anodinas y muy muy banales. No es que yo quiera llevar a cabo ninguna odiosa comparación ni afirmar que en la vida anterior todo fuera mejor. Lo que quiero decir es que me está costando mucho esfuerzo transitar por la de ahora.

No creo que con el fuego y la rueda los humanos sintieran añoranza -a veces algo enfermiza- del tiempo en que no contaron con ellos. Solo puedo imaginármelo pero, desde luego, qué alivio tuvo que ser poder dejar de llevar las cosas arrastrándolas, por ejemplo. Yo, en cambio, añoro aquellos días en que llegabas a casa y tu madre te decía que alguien con quien deseabas hablar te había llamado y le había dicho que te volvería a llamar más tarde. Esa espera era maravillosa. También me acuerdo con nostalgia de aquellos trabajos escolares para los que tenías que consultar una enciclopedia, algo indispensable en todo hogar que se preciara. Me gustaba ver con toda la familia alguna película o programa en el momento exacto de su emisión, porque era algo que no se podía posponer. Y, cómo no, me encantaba poner el ‘Un, dos, tres' y no saber si los concursantes se llevarían a Ruperta o un apartamento en Torrevieja. No como ahora, que seguir fielmente ‘Pasapalabra', por ejemplo, no tiene sentido: una semana antes ya te dicen qué día se llevarán el bote. Es un fraude de los gordos. Así que no quisiera yo ser testigo de ningún descubrimiento más. En serio, ni fuegos ni ruedas ni nada. Por favor.

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