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Estado de imbecilidad

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«Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Solo mediante el amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos» (Orson Wells).

Ortega y Gasset dijo que el enamoramiento es un «estado de imbecilidad transitoria», y hay quien lo ha explicado como «un rapto momentáneo de locura». Sea cual sea nuestra definición favorita, hay algo de verdad en estas afirmaciones. La pena es que este estado tiene un corto recorrido. Y después del enamoramiento viene o no el amor, ese sí que puede durar toda la vida. Aquel es un estado de imbecilidad, ese es un estado de renuncia y sacrificio por la persona amada.

Es como un cinturón de clavos, pero que nadie quiere arrancarse. Es poder decir, como Tagore, «ese travieso misterio que nos llena la sangre de alfileres y la garganta de pájaros». Llega el día de los enamorados. Ese día los móviles reparten mensajes que harán que tu corazón palpite más deprisa, y quizás puedes recordar aquella dedicatoria que George Sand escribió a su amado, cuando vivía en Mallorca: «Te amo para amarte y no para ser amado, puesto que nada me place tanto como verte a ti feliz».

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