El filósofo Javier Echeverría sugirió el nombre de esa ciudad etérea en la que vivimos actualmente, aunque muchos todavía creen que habitan en tierra firme. De hecho, es una megaciudad sin fronteras, planos ni callejeros, fluida, difusa… una polis que se parece más a una selva. Donde había suelo, ahora hay aire. Una gran nube que lo contiene todo y donde vamos colgando nuestras cosas. Dejando atrás los parámetros del campo y la ciudad, con sus certezas y límites, nos adentramos en un entorno desconocido, donde habitamos y nos movemos continuamente, sin darnos cuenta de todo lo que ello implica. Interactuamos a distancia, sin mantener contacto físico. Solemos ver imágenes, leer textos, oír voces… casi desde cualquier sitio, donde lo mejor y lo peor están entremezclados.
En Telépolis, la verdad no existe porque no existe la realidad. Tenemos realidades distintas para elegir. El ciudadano sustituido por el info, nuevo ente híbrido nacido en la sociedad de la información. El info no sabe nada, pero está informado y distraído a todas horas. La democracia deviene infocracia (según Byung-Chul Han), con sus atomizadas tribus digitales, sus zombis mirando absortos al móvil y sus redes sociales repletas de seguidores y odiadores. La revolución de Telépolis lo ha cambiado todo. Nada volverá a ser igual.
La sociedad sólida devino líquida y, por efecto del calentamiento global, parece que se está evaporando.