Los pasados días, plumas ecuánimes se han extendido sobre el edadismo, definición que de por sí perturba y condiciona, con motivo del «Día internacional de las personas mayores», esto es, la discriminación por razón etaria, referido en especial a la que sufren los mayores, que ya somos muchos, cuyos desatinos pueden provenir de los más diversos ámbitos.
Todos tenemos o tuvimos padres y abuelos, así que en conciencia nadie queda al margen. Les debemos imperecedera e impagable gratitud por legarnos su tan añorada cultura del bien, acaso más bendecida o a la par que los apellidos y la sangre, y en todo caso un ingente respeto, porque ellos erigieron los pilares que nos sostienen. Reconoceremos que, además de los suyos, las administraciones y empresas afines a su atención, sin excluir las financieras, velen por ellos y tomen decisiones encauzadas a su cuidado, poniéndoselo más fácil...
Sin obviar a la prensa escrita y sus débitos con dicho colectivo. «Si sabéis de algún caso de longevidad, o de un incumbido hecho relevante, no dejéis silente la noticia; publicadla en la sección más leída, pues, hay un círculo de mayores a los que les gustará leerla y posiblemente pensaran en las bondades de un periódico bien informado», distinguió el luego pontífice Albino Luciano en una carta apócrifa a Alvise Cornaro, anciano arquitecto del siglo XV, divulgada en «Illustrisimi». Ed. Messagero. Padova, 1976.
A Margarita Florit Melià y a Dulce, Diego e Isabel, lectores, nonagenarios airosos.