Un Nobel español de Literatura, uno de los cinco, a propósito de los mayores, se preguntaba ¿Por qué no se les deja en la familia para que ejerzan el sensible derecho de que sea un hijo quien les cierre los ojos...?, aunque persuadido matizaba que no en todos los casos, por causas inescrutables, sería ello viable. S’Aguait [«Es Diari»,18/X/2024] se refería en analogía a la epidemia que conlleva la soledad no deseada y argüía en puntada del corazón que «la sociedad madura debiera poner el foco en este problema, que altera la salud y perjudica la estabilidad emocional...» Al respecto, y puede que yerre, lo peor quizá es ser consciente de que no le importas a nadie.
Tampoco deja de ser cierto que hay quien gusta de estar solo, presumiendo, eso sí, que al abrir la puerta hallará compañía. La soledad rinde viaje por causas naturales, si bien, las crudas soledades no reveladas del todo, pueden ser, sin abarcar su amplio abanico, sinónimos de abandonos, rupturas, herencias a destiempo, rencores y temores que nos vencen... Soledades inducidas en las que, más que estar solos, nos han dejado solos porque –¿quién lo sabe con certeza?– ya no cabemos en la vida de los otros. Bien sé que estas sencillas palabras no serán la alegría de la huerta, siento no endulzarles el día, pero ignorar esta cruz de realidad no evitará tener que vernos a diario ante el propio espejo que debe entendérselas con nuestra conciencia. Otra cruz no menor.