Ante la evidencia, política, jurídica y periodística, de que la política la hacen ahora los jueces y no solo en Estados Unidos (hay que joderse), cobra actualidad de rebote el conocido tema de la lentitud de la justicia, convertida así en lentitud de la política. Estamos acostumbrados a ambas cosas por separado, pero juntas dichas lentitudes se multiplican, y de tan lentas se inmovilizan y estancan, y se acumulan los procesos judiciales (pero muy políticos) igual que las aguas muertas en la Ciénaga de los Muertos de «El señor de los anillos», y no se les ve el fin. Todo está parado, pero cenagoso y con cadáveres políticos insepultos. Meses, acaso años, llevamos deambulando por ese turbio escenario político y judicial, y es tal la desazón que provoca, que hace unos días y ante la acusación todavía no confirmada de que nos gobierna una banda criminal con lazos familiares, llegué a echar de menos el juicio final que ponga finalmente las cosas en su sitio. Cuando digo juicio final me refiero al Juicio Final de la Capilla Sixtina, también llamado Juicio Universal o fin de los tiempos, cuando el propio Dios nos juzgue a todos de una vez. A todos, jueces, periodistas y políticos incluidos. Por desgracia, tuve que descartar pronto esta solución definitiva.
Porque si la justicia humana es tan lenta que da para llenar centenares de telediarios, figúrense cómo será la divina si Dios es eterno, atemporal y no tiene ninguna noción del tiempo, como las galaxias primitivas. Imagínense lo que puede demorarse ese Juicio Final, si hay que procesar cientos de miles de millones de difuntos por orden cronológico, y sólo el papeleo correspondiente ya ocupa el espacio de todo el sistema solar hasta el cinturón de Kuiper, o hasta la nube de Oort. Una masa gravitatoria de papeleo capaz de engullir al Sol, y eso sin contar los innumerables recursos a las sentencias, que al no existir otro tribunal superior, por fuerza deberá atender el mismo. La eternidad, en fin. Igual el Juicio Final tampoco acaba nunca, y no solo nos quedamos sin saber qué será de nosotros, sino qué será de Sánchez y allegados. ¡La sentencia es pasarnos el Más Allá aguardando sentencia! Lo dicho. Hay que joderse.