Y si no teníamos suficiente con todo lo que está pasando en el mundo -ya no sabes hacia dónde mirar para evitar el horror y el asco-, de nuevo los hoteleros mallorquines salen a recordarnos, como de costumbre, que Mallorca no es un destino masificado, saturado o colapsado. Ya estaban tardando en volver a su catecismo que, reforzado con la idea de nuestra presidenta de que la saturación es puntual y que afecta solo a determinadas zonas y durante algunos meses, les consiente un mar de llantos porque la temporada anterior no fue como ellos habrían deseado. En fin, que aquí vivimos del turismo y nos tenemos que aguantar si hay colas en las playas o si se nos dice que no salgamos con el coche porque molestamos a los de afuera. Y aun así, nuestros hoteleros no se cortan un pelo a la hora de llorar. ¿Por qué? Pues porque siempre podría haber ido mejor. Nunca están satisfechos. Es lo mismo que les pasa a algunos escritores, que destruyen sus escritos (me viene a la cabeza Nicolai Gógol, que echó al fuego su segunda parte de «Almas muertas») porque no quedan satisfechos. Sí.
Probablemente el de los hoteleros mallorquines sea el gremio con más quejicas, a pesar de ser también los más ricos. Es que no lo pueden evitar. No es culpa suya que, por ejemplo, una dependienta de una tienda se nos dirija en inglés a pesar de nuestro aspecto bastante reconocible. O que los gobernantes destinen tantos desvelos a conseguir que la estancia de los turistas sea lo más feliz posible. Al fin y al cabo, los mallorquines disfrutamos de todos los dones de la isla todo el año. Siempre. No está de más ser generosos y compartirlos un poco. La cultura también es turismo. ¿O es que el turismo también es cultura? No lo sé. Habría que preguntárselo al concejal de Turisme, Cultura, Esports, Innovació i Restauració. Olé!