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Charlas escritas

La soledad del escribiente

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Escribiente fue el puesto táctico asignado, según reza su cartilla militar, o soldado encargado de copiar órdenes con ‘buena letra’, y atento a lo que pudieran dictarle… Por lo de ese puesto, acaso también hubiera valido: mecanógrafo, conjugando el gerundio ‘escribiendo’, con la Olivetti que en las antiguas oficinas aguardaba a que el pasante tecleara el texto. Hubo su momento de apuro, cuando sin amparo sorteó con guante de seda el instintivo desliz de un superior que, en mitad del amplio informe, dictó: S.A.R., cuando debió decir: S.M.

Algunas rutinas debían eludirse, pues, en aquel lejano 1976, todavía sin ordenadores, háganse cargo de lo que suponía una tachadura que conllevara: volver a empezar… El amanuense se acordó de ese concepto ordenancista al leer el cuento de Herman Melville: «Bartleby, el escribiente»; aun así, Melville fue más celebrado por «Moby Dick». «Preferiría no hacerlo…» era la respuesta repetida por el angustiado Bartleby cada vez que se le confiaba un trabajo. Melville, inspirándose tal vez en su biografía, moldeó en ese copista a un personaje sin ilusión ni esperanza al que nada daba sentido, lo cual induce a reflexionar sobre la inmensa soledad del ser humano, y da pie a tantear las causas que provocan ‘el síndrome del silencio en los escritores…’. Cela sugería que, de sentir angustia ante la hoja en blanco, el remedio era leer. En cuanto a desvelarles el final del relato, preferiría no hacerlo…

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