A pesar de que seguimos sus pasos a diario en los medios de comunicación, el mundillo de la política sigue siendo en gran medida hermético y misterioso. Jamás sabremos lo que se cuece entre bambalinas, porque los grandes políticos son excelentes actores –psicópatas todos ellos, dicen algunos– y porque no interesa que el pueblo conozca los secretos de quienes manejan los hilos. Seguramente ninguna de las caras y nombres conocidos tiene el menor papel en lo que nos ocurre y sí, en cambio, personajes mucho más siniestros, todopoderosos y anónimos para el gran público.
Existen infinidad de teorías conspirativas al respecto, novelas, películas y series que han dibujado esa idea del poder en la sombra, del gobierno global, de la mano que mece la cuna. No sé hasta qué punto habrá algo de verdad en esas ideas, pero sí sé que a nuestros politiquitos de salón se la dan con queso casi a diario.
Desde el nefasto Felipe González con su traicionero ingreso en la OTAN y en la Unión Europea a un precio criminal –destruir España por completo– hasta el insufrible José María Aznar con sus tertulias en el rancho tejano para reírse de todos metiéndonos en una guerra que a la postre costó doscientos muertos en los atentados del 11 de marzo, pasando por el inútil de José Luis Rodríguez Zapatero, que pretendió enjuagar la crisis más gorda del siglo metiendo por la puerta grande a siete millones de inmigrantes… hasta hoy, cuando Pedro Sánchez, que va de progresista, izquierdista, pro derechos sociales, a favor de los obreros y blablablá… nos mete de tapadillo otra sangría económica para ¡comprar armas! Un país que daría cualquier cosa con tal de no volver a oír hablar de otra guerra porque aún duele la nuestra.