Soñé que era Morata, a punto de tirar un penalti. No sé si lo fallé yo o se lo paró el portero. Una delgadísima línea separa siempre el éxito del fracaso, la euforia de la decepción, el sueño agradable de la pesadilla.
Por algo se le llama «pena máxima». Hacer una falta dentro del área es algo muy feo. Y el castigo, ejemplar. Pero cuando no salimos del empate durante el tiempo reglamentario, hay que desempatar porque solo tienen una copa para entregar y alguien tiene siempre las de perder.
Gracias al progreso tecnológico, tenemos la JDR o Jugada Dudosa Revisable por el VAR. Otra cosa es la opinión del bar, donde cada uno arrima el ascua a su sardina. Las discusiones son parte del fútbol y otros deportes porque los hinchas necesitan un chivo expiatorio o se deshinchan enseguida. Lanzar penaltis, como todo en la vida, oscila entre el miedo y la confianza. Sabes que si marcas un gol serás el héroe, y si fallas, un villano. Te llames Morata o Piñata.
Por otra parte, el portero está solo ante el peligro. Mientras tanto, sus defensas están mirando o rezando para que todo acabe bien.
Como ven, la futbología se puede aplicar a otros aspectos de la conducta humana.
A los miembros del Gobierno, puede caerles la pena máxima si hay Corrupción Empedernida Revisable. Se acaba el tiempo reglamentario y muchos estarán fuera de juego. Si son de tu equipo, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Pero la UCO sí.