Intrigada por el término la gran transferencia que empieza a sonar con frecuencia cuando se habla de economía y sociedad, descubro un dato que me pone los pelos de punta: «Solo uno de cada tres adultos menores de 43 años depende por completo de sus propios recursos y no recibe ningún tipo de ayuda económica de sus padres». Es decir, dos tercios de los adultos necesitan dinero de sus padres ancianos para llegar a fin de mes. Reconozco que no es una situación que me resulte del todo ajena. Por desgracia, los bajos salarios y la necesidad de sacar adelante a una familia en soledad exige apoyo externo. De otro modo se cae en la pobreza. Es una circunstancia que afecta a miles, sobre todo a mujeres solas con hijos. La información habla de esa transferencia millonaria que en Estados Unidos ya se está produciendo –allí no son tan longevos– y que no tardará más que unos años en llegar a España: los abuelos más ricos de la historia dejarán en herencia toneladas de propiedades y dinero a sus hijos, miembros de la generación millennial que no han tenido demasiada suerte económica. Hablamos de una generación, los boomers –nacidos tras la II Guerra Mundial y hasta 1964– que ahora andan entre los 61 y los 80 años.
Se beneficiaron de un período de la historia en el que progresar era factible a base de empeño, tiempo, trabajo y ahorro. El resultado es cierto patrimonio inmobiliario y cash en el banco, que sus hijos –entre 35 y 55 años– miran con codicia, porque muchos no han logrado lo mismo y algunos ni siquiera están cotizando lo necesario para una jubilación digna. Seguramente se fundirán todo lo logrado por el abuelo y a sus propios hijos, los nietos del boomer, quizá solo les lleguen deudas.