Acabo de leer en las páginas de «Es Diari» que, en el transcurso de las fiestas de Sant Joan en Ciutadella, un grupito de independentistas y otro que defendía la unidad de España, se liaron a castañazos y no precisamente de esas de a puños y patadas sino a tirarse botellines de agua y otros. Con lo bonito y además de aire festivo que hubiera sido que se lanzaran entre si algún que otro saco de avellanas.
A mí particularmente no me gusta la palabra tirar y prefiero la de lanzar, porque tirar me suena a bala, a algo más violento. Las avellanas esas son huecas, como por desgracia ocurre con el cerebro de algunos, no llevan fruto con lo cual el dolor es más llevadero, pero lo que realmente duele es la intención y el fin de los medios utilizados, ese dolor moral que se siente cuando te agreden con palabras, cuando la lengua deja de ser vehículo de diálogo para convertirse en arma arrojadiza con peligrosos filos. Si seguimos alimentando esos belicosos encuentros corremos el riesgo que las tradiciones se conviertan en un nuevo acto político. Las fiestas deben ser lo que son y para lo que han nacido, salirse de ese guion no puede llevar más que a la desaparición de lo nuestro, a la esencia más profunda de un pueblo y como bien decía un comentarista en estas mismas paginas, «si no sabéis comportaros idos y no volváis».