El desarrollo de una economía no es un proceso continuo. La modernización da saltos, a menudo fruto de decisiones tomadas años atrás: inversiones en infraestructuras, apertura de fronteras. Esos saltos suelen ir seguidos de períodos de crecimiento más lento; los datos positivos ocultan los momentos críticos: porque si, durante esos períodos de calma se incuban las decisiones para el futuro y estas son acertadas, la economía dará otro salto adelante. Si falta el impulso, la economía se queda estancada, sin poder acceder a un escalón de renta superior. Es lo que los economistas del desarrollo llaman «la trampa de la renta mediana» renta que sería mejor calificar de mediocre. En la evolución de nuestra economía es fácil encontrar ejemplos. Ante la mirada del observador interesado aparecen signos que indican que uno de esos momentos ha llegado: hay que elegir entre caminos posibles para la economía menorquina. En todos ellos desempeña un papel esencial, pero no único, la evolución del turismo.
El número de turistas -la cantidad- ha aumentado este año con respecto al anterior, pero la calidad de la experiencia del turista promedio parece haber ido a la baja: las playas cierran el acceso cada día más temprano, el aparcamiento en cualquier parte es cada día más difícil, los buenos restaurantes no abundan, es difícil para el turista anónimo conseguir una mesa en ellos; y, si lo consigue, puede ocurrir que a un precio más que respetable obtenga una comida menos que mediocre.
Por eso Menorca (no solo el sector turístico, ni su economía, sino su sociedad entera) está en un momento crítico. Cada día más, lo que encontrará el visitante a su llegada a la isla no resistirá la comparación con aquellas fotos de una isla blanca y azul, vistas una fría madrugada de invierno, que le decidieron a venir; la experiencia de la congestión viaria y una gastronomía deficiente no mejorarán sus impresiones, y estas viajarán por las redes sociales mucho más deprisa, y con mucha mayor repercusión, que cualquier campaña de promoción del turismo. El sueño de un turismo de calidad se habrá ido para no volver. El diagnóstico no es nuevo: economía poco productiva, salarios bajos, dificultades de personal de calidad… sería pretencioso dibujar el detalle de una alternativa posible con el objetivo de prosperidad compartida, pero sí se puede insistir, -una vez más- en tres propiedades esenciales.
Un principio indispensable: Menorca, como entorno atractivo para nativos y visitantes, ha de limitar en serio el número de visitantes en temporada alta. Sin esta limitación inicial no hay solución posible, porque el crecimiento incide directamente sobre el atractivo de la isla.
Un segundo principio: fijar una evolución del salario mínimo a un nivel que permita la satisfacción de las necesidades básicas de los trabajadores. Miquel Puig recuerda, en un artículo reciente, que el salario mínimo interprofesional se fijó por primera vez en 1963 (por cierto, a un nivel más alto que el actual). Cuando se dijo que muchos trabajos no podían pagar un salario tan alto, su respuesta fue que esos trabajos no debían existir. La respuesta sigue siendo válida. Naturalmente, el objetivo no puede ser logrado en un año, pero la sociedad ha de fijárselo como objetivo año tras año. Algunos empleos han de desaparecer, otros han de lograr una remuneración adecuada.
Un tercer principio: es indispensable poner en contacto a los jóvenes con el mundo del trabajo, y en especial con el de la empresa. En el momento en que el joven está pensando en su futuro, nada hay en nuestro sistema educativo que le acerque a la empresa. El ambiente social no es favorable al empresario, como no lo es al campesino. El mejor método para cambiar ese ambiente es el contacto directo con la actividad empresarial, algo que se debería fomentar desde la ESO. Los empresarios que lo han intentado afirman que las visitas de jóvenes a sus empresas han despertado un interés extraordinario.
Revertir la masificación, romper el círculo vicioso de la baja productividad y ofrecer oportunidades reales de trabajo útil. Esos deberían ser los objetivos de la política de la Isla, una base compartida por todos. Cada año será más difícil empezar y más abrupta la pendiente a superar. No digamos que eso es imposible antes de intentarlo siquiera.