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Tecnológicas

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Ya tenemos una nueva polémica un tanto surrealista a cuenta del uso de Huawei por parte de los servicios de seguridad españoles. Hace tiempo que en Estados Unidos tienen la mosca detrás de la oreja porque, dicen, la ley podría obligar a la empresa a compartir con el Gobierno chino los datos más sensibles que recopilan. Lógicamente, si eso es cierto, Washington ha hecho lo correcto al desterrar de cualquiera de sus sistemas al gigante de la comunicación asiático. Y ahora exigen a España que haga lo mismo, porque, aseguran, estos chinos no son de fiar. El mismo recelo se ha desatado en la Comisión Europea.

A otro nivel, mucho más doméstico y quizá irrelevante, me pregunto hasta qué punto estamos absolutamente vendidos a grandes fabricantes extranjeros –yanquis, coreanos y chinos, básicamente– en asuntos tecnológicos. Si en algún momento los gurús de Silicon Valley se enfadaran con los españoles o, por lo que sea, dejaran de brindar sus servicios, nuestra vida colapsaría en cuestión de segundos. Lo vimos de forma marginal durante el apagón, que aquí solo afectó durante unas horas a internet. Se acaban las llamadas telefónicas, los mensajes, los mails, Google, Amazon, las redes sociales, la televisión… pero mucho peor: desde la sanidad a los transportes, todo depende de redes tejidas en lugares lejanos por empresas privadas. Y no solo eso. El desarrollo masivo de la inteligencia artificial provocará una cada vez más inmensa exigencia de almacenamiento de datos y potencia de procesamiento. Eso, aparte de consumir cantidades inimaginables de energía, también necesita agua a un volumen que nos cuesta concebir. En un mundo cada vez más seco. ¿De verdad sabemos lo que estamos haciendo?

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