Hay un error que la izquierda sigue repitiendo, como si fuera un dogma impreso en sus manuales de partido: pensar que la juventud les pertenece por derecho natural. Como si tener menos de treinta años viniera con el carnet de militante debajo del brazo. Como si nacer en esta generación implicara automáticamente aplaudir cada ocurrencia ideológica de progresismo performativo.
Nos lo encontramos en la universidad, en los medios, en los festivales, en ciertos sindicatos de estudiantes y hasta en las aulas de secundaria, donde a veces se susurra que tener principios conservadores o liberales es casi un pecado. Lo más paradójico es que se hace en nombre de la tolerancia, de la libertad, de la diversidad. Pero solo si piensas como ellos.
Hay quien dice que los jóvenes son progresistas ‘por naturaleza’ porque aún no han sufrido lo suficiente. Como si la ideología fuera una fase. Pero no. Hay jóvenes que creemos en el mérito, el esfuerzo, la libertad económica, el respeto a la ley, la pluralidad sin imposiciones y la educación sin adoctrinamiento. Y no, no nos hemos equivocado de época. Simplemente no aceptamos que nos encasillen.
Nos rebelamos contra una cultura que pretende adoctrinarnos mientras nos habla de libertad. Contra quienes imponen cuotas, narrativas y etiquetas mientras hablan de «empoderamiento». Nos rebelamos contra quienes usan la cultura y la educación como plataformas ideológicas. Contra quienes no nos escuchan si no gritamos.
La izquierda se equivoca cuando cree que la juventud es suya. Y la derecha se equivoca si se lo permite. Hoy, muchos jóvenes votamos al Partido Popular no porque nos lo manden nuestros padres ni por nostalgia de algo que no vivimos, sino porque queremos construir una España en la que no tengamos que pedir perdón por pensar distinto, por querer emprender, por amar nuestra historia y por desear una vida basada en el esfuerzo y la libertad individual.
No somos suyos. Somos libres. Y no estamos solos.