Hoy he de empezar dando las gracias a Pedro J. Bosch porque en su artículo «Davall l’ullastre» del pasado sábado día 2 me arrancó no solo una sonrisa sino una gran carcajada, compartida después por mi marido, cuando le leí eso que me hizo reír ruidosamente.
¡Gracias Pedro, por este momento!
Y ello me da que pensar en cuántas veces añoramos en nuestras lecturas esa chispa, ese sentido del humor, esa picardía educada… esa noticia graciosa, un relato en positivo de nuestra actuación como ciudadanos.
Y pensando en ello, el otro día una buena amiga me envió un «relato» maravilloso de lo que ella se encuentra cada día al salir de su casa... vive en Mahón y concretamente en la calle Isabel II.
Como hoy quiero sacar a los lectores una sonrisa transcribo a continuación lo que me ha enviado mi querida Sophie, dice ella: «¿Has oído hablar de la famosa Calle de los contribuyentes involuntarios de Mahón?
¿No? ¡Qué suerte tienes... aunque permíteme arruinarte esa bendita ignorancia.
Oficialmente, esta calle lleva el nombre encantador de Calle Isabel II.
Las guías turísticas la presentan como una de las calles más bonitas de la ciudad, y los mahoneses asienten con convicción, como quien alaba un vino avinagrado por puro patriotismo.
¡Claro, no hay que dejarse distraer por esas mangueras de goma turquesa y verde, con toques de amarillo, que adornan desde hace un año todas las fachadas como un árbol de Navidad postapocalíptico!
Se supone que evocan el mar, pero esconden una fuga de agua municipal que lleva... demasiado tiempo.
Esta calle, bordeada de palacios y casas elegantes, con encanto, es en realidad una caja registradora muy sofisticada.
Si tienes garaje, ¡enhorabuena!
Si no... bienvenido a la angustia permanente: solo tienes derecho a dos horas de estacionamiento.
Así que los vecinos vivimos en un estado de vigilancia casi militar, despertando por la noche con pesadillas en las que el parquímetro ríe diabólicamente.
Yo, personalmente, he encontrado la solución: he incorporado una partida de multas a mi presupuesto mensual, con un generoso +10 % de margen. Viene a ser como alquilar un garaje... solo que sin techo, ni paredes, ni espacio para una maleta. Una especie de garaje conceptual.
¿Y si no eres residente de la calle, sino solo vives cerca?
Bienvenido entonces a la primera trampa.
Las plazas vacías, en una ciudad donde aparcar es ciencia ficción, son irresistibles.
Por supuesto, nadie lee el diminuto cartel que indica que el estacionamiento es exclusivo para los vecinos de esa calle. (Admítelo: los carteles solo se leen cuando ya te han multado).
Segunda trampa: los turistas.
Para ellos, una plaza libre es como un regalo. Aparcan, confiados, y regresan a su país con una multa exótica que será un bonito recuerdo de vacaciones... y que jamás pagarán.
Personalmente y después de intentar creerme que subir una cuesta con dos cestas de provisiones a los 65 años formaba parte de un programa de fitness financiado por el ayuntamiento, acabé comprándome un scooter. Ah, pero por supuesto, no hay aparcamiento para motos en la calle.
Bueno, sí, en un extremo...
¿Adivinas dónde vivo? Exacto: en el otro extremo.
¿Y los aparcamientos cercanos?
Ocupados desde hace tres meses por obras eternas.
Las cubas rebosan de escombros y ocupan las plazas para motos.
Y aquí... nueva trampa: si aparcas la moto en una plaza para coches, al lado de un coche o vagamente en el universo cercano a un coche... multa.
Mi amiga después de este relato, apunta varias moralejas:
- Primera moraleja: no vivas en Mahón sin garaje.
A menos que seas amante de las emociones fuertes y tu pasatiempo favorito sea financiar el presupuesto municipal.
- Segunda moraleja: en Mahón, el Ayuntamiento quiere tanto a sus habitantes que los anima a caminar, sudar, arruinarse y respirar el polvo de las obras. Todo un programa de salud pública.
Veis que todo puede tratarse con humor.
Y como hoy quiero ser positiva, en vez de ponerme muy enfadada o de llorar por la mala gestión de nuestros responsables... te invito a que sueltes una grandísima carcajada.
Porque «carcajear» (dudo que exista este verbo) es reír intensamente y además con ruido, y seguro contagiará a quien esté a tu lado.
Te invito a hacerlo a menudo y te garantizo que una carcajada puede ayudarte a reducir la ansiedad que te provoca la noticia.