Salimos a navegar con la barca de mi cuñado, para que luego digan de los cuñados. No hay verano sin salida en barca o queja por el calor excesivo. Llegamos a Es Carbó y nos pusimos a buscar aparcamiento. Ahí solo faltaban un guardia de la ORA o un gorrilla.
Después de un par de vueltas, vimos un sitio libre y lanzamos es ferretó. Pese a la hora punta y la música pachanguera del yate más cercano, aquel mar seguía siendo el paraíso. Los niños salieron a explorar en el paddle surf. Así, bronceados como piratas, lejos de los móviles, volvían a encarnar lo que siempre fue el verano: el tiempo de la aventura y los descubrimientos.
A la hora de la comida, no faltaron ni la tortilla de patatas ni las rodajas de sandía y melón. Los ‘dingui’ iban de la arena blanca a los barcos fondeados a pocos metros de la playa. Se hacía difícil ver el horizonte desde la orilla. Después de varias horas torturando nuestras pieles, decidimos regresar a puerto. Era el momento de las duchas de agua fría y de las cremas hidratantes. Por días como este, verano, seguimos tolerando tus excesos.