Hoy, sábado, es uno de mis días favoritos del año. Ayer, si me estás leyendo en la web, ya que ahora me suelen colgar un día más tarde. Como te decía, es uno de los ratos más divertidos porque van de la mano de las fiestas de Sant Llorenç. Hace ya mucho tiempo que me rendí en eso de decidir de dónde era para decidir que soy de todos los lugares en los que he pasado un buen rato de mi vida. Me siento feliz paseando por Alaior, por Mahón y por Es Castell, así como por algunas calles de Barcelona por mi época de estudiante, y, recientemente, por Granada que me adopta de quincenas en quincenas.
Desde que nací hasta prácticamente el día antes de cumplir los 12 años, viví y crecí en Alaior y desarrollé un apego alaiorenc que me hace vivir estos días de forma especial. Guardo muy buenos recuerdos de esa época, que no fue fácil, pero también conservo muchas amistades que me hacen sentir como en casa cuando me pierdo un rato por sus calles.
Hace unas semanas nos reunimos la quinta de alaiorencs y alaiorenques nacidos en 1985 para festejar los 40 años de vida gracias al empuje de Fonso Rotger. A mí todavía me quedan las últimas semanas deshojando los treinta y todos, pero los celebré por todo lo alto, como se merecía la ocasión. Había rostros que ni recordaba, otros más familiares, otros con los que me cruzo más habitualmente como si nada o casi nada haya cambiado de los tiempos en La Salle. También me reencontré con personas a las que les había perdido el contacto por esa estúpida manía que tenemos los seres humanos de hacernos mayores y tomar decisiones.
Fue un rato memorable, con muchas risas, muchos brindis y una exaltación de la amistad correspondiente prometiéndonos que a los 45 nos volveríamos a encontrar buscando ‘un rato más de recreo’. A muchas de esas caras me las encontraré estos días por Alaior para abrazarnos y recordar momentos únicos que no volverán pero que sin duda jamás se irán.
Si tuviera que elegir uno de los momentos de Sant Llorenç y marcarlo como favorito, no habría caballos, ni música ni tampoco bullicio. Me quedo con esa cálida sensación que me envuelve cuando ya estoy pisando sus calles y sintiéndome que estoy en casa.
Porque en Alaior, a partir de que me invade esa sensación, te lo aseguro, todo va a mejor. Como si volviera a ese patio de colegio, a esos partidos de fútbol en La Salle y a esos ratos especiales en sus calles y en su Polideportivo. ‘Gloriós Sant Llorenç, Alaior!’