Agosto ya no es sinónimo de negocio rápido, fácil y lucrativo. La encuesta realizada por PIME sobre la facturación de las empresas turísticas en julio da pistas de cómo está evolucionando la demanda. En uno de los meses álgidos hay tres sectores que mejoran claramente: el alquiler de vehículos, basta circular por las carreteras para dar fe de ello; los agroturismos, donde solo se aloja el turista de alto poder adquisitivo; y las viviendas vacacionales, a las que van tanto los que alquilan villas de ensueño como los que sufren para pagar el billete de avión. Todos ellos acaban en el supermercado, esos sí que hacen caja sea julio o agosto. Algunos desbordan los carritos y abonan tickets de más de 300 euros sin pestañear y otros –inevitable escuchar las conversaciones por los pasillos–, calculan hasta el último ingrediente de las comidas de cada día de estancia, para ajustar el gasto al céntimo. Los hoteles, por su parte, han empezado a hacer ofertas este mes.
En el comercio y la náutica, entre los negocios que ganaron igual que en julio pasado y los pocos que admiten mejorar, la situación se queda parecida, a alrededor del 60 por ciento les va bien, aunque siempre podría ir mejor. Lo que llama la atención es la caída de facturación de la mitad de los restauradores y de las empresas de turismo activo. En el primer caso, es evidente que los precios están desatados, la apuesta para cuadrar las cuentas se vuelca en el foráneo, al cliente local cada vez le quedan menos reductos donde poder salir a tomar algo sin dejarse el importe de la compra semanal.
El dato del turismo activo, que en abril registró un boom, es chocante. Hay un cambio directamente relacionado con el clima, ahora mismo, en plena ola de calor, las quejas por la masificación se trasladan al norte y más allá, incluso a la costa sur de Inglaterra, en playas como Bournemouth. Es la nueva realidad para este segmento del negocio, senderismo de madrugada o en cualquier estación menos en el verano abrasador.