A menudo ocurre que, por cualquier motivo, una tiene que llamar a algún número desconocido para resolver algún asunto. El otro domingo, a causa de un choque tonto entre dos retrovisores, no nos quedó más remedio que salir a hablar con el otro conductor y hacer un parte del siniestro. Todo fue bien. La verdad es que era la primera vez que nos encontrábamos en tal situación y nos pareció que fue bastante rápido solucionarlo. Pero tres días después empecé a recibir mensajes de la mutua en los que se me pedía que me pusiera en contacto con ellos lo antes posible por una reclamación contra nuestro vehículo. Nada más empezar me salió una desagradable musiquita y una voz que dijo: «Todos nuestros agentes están ocupados; el tiempo máximo de espera es de cinco minutos». Vale, me dije, me espero. No habían pasado ni tres minutos cuando una mujer se presentó y me preguntó qué deseaba. Después de decírselo me pasó muy amablemente con otra sección de partes y me volvió a dejar con la sintonía. Al poco rato apareció un hombre, también muy amable, que me dijo que él no se dedicaba a tramitar partes de siniestros: me pasaría con la sección oportuna.
Ah, por fin, pensé yo (a la tercera va la vencida)… Craso error, puesto que la siguiente voz enlatada repitió: «Todos nuestros agentes están ocupados; el tiempo máximo de espera es de tres minutos». Fantástico. Bueno, tres minutos no son nada. Antes de los tres minutos ya estaba conversando con otra joven que, muy educadamente, me remitió a la sección de siniestros. Yo no sabía si ya había estado comunicándome con siniestros. En fin, le di las gracias y me senté a esperar. Hasta que otro hombre irrumpió de entre la musiquita -tengo pesadillas con ella desde entonces- para asegurarme que esta vez sí que había dado con la sección correcta. Ay, pensé, por favor, que ahora salga bien. Y un hombre de voz fina me dijo que ya lo tramitarían y que me llamarían para confirmar los datos. Socorro. En esas estoy. Esperando que algún agente se desocupe y me llame.