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Degustadores de ostras

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No sería la primera vez que con mi hermano hemos dado cuenta a media gruesa de ostras. Una gruesa son 12 docenas (140 ostras), media gruesa son 70 ostras, que entre dos tocan a 35 ostras por barba y dicho de esta manera tampoco es tanto, acompañándolas normalmente con una botella de Ribeiro refrescada con prudencia, por más que en tocante a gustos cada cual es muy dueño, tanto es ello así que conozco a gente que acompaña las ostras con una copa de vodka muy frío. No faltan quienes manipulan las ostras cubriéndolas con un toque de sofrito. Hay quien les pone miga de pan, cebolla y un poco de espinaca…?, se conocen como ostras Rockefeller típicas en EEUU. En Nueva Orleans pasan las ostras por harina de maíz y luego las fríen al estilo asiático soliendo añadir salsa de soja, azúcar, ajo en polvo y jengibre. He visto consumir ostras al ajillo que no es otra cosa que dorar en mantequilla un poco de ajo muy picado y un poco de perejil.

Hay quien las toma ligeramente hervidas, otros trabajan una extraña vinagreta elaborada con un chorrito de champán, pimienta negra y un si es no es de aceite. Y hasta los hay atrevidos o desnortados que toman las ostras con salchichas lo que a mí se me figura una bofetada al buen gusto. Hay tantas maneras de consumir ostras como clases de ostras a las que hay que distinguir siempre de otros bivalvos, pongo por caso la almeja o la escupiña de intenso sabor, de concha gruesa, popular en la gastronomía menorquina (me dicen que han ido muy a menos). Tenemos la ostra gallega que es muy plana, nada o poco rizada; la ostra del Mediterráneo, la del norte del Pacífico; la ostra portuguesa, la ostra japonesa, sin olvidarme de las ostras de Cancales (Bretaña francesa). En cualquier caso, yo prefiero que la ostra no sea muy grande y en cuanto a formas de cocinarla, no me asiste ese problema porque siempre las toma vivas, lo más frescas posible, sobre una capa de hielo picado y adornadas con unas rodajas de limón que luego me servirán para echar unas gotas sobre el exquisito bivalvo. Consumir ostras es un placer antiguo. Los romanos eran exagerados consumidores de ostras.

Ya saben ustedes que en sus pantagruélicas comidas practicaban el vomitorum, una aberrante costumbre que precisaba de un criado especializado en introducir los dedos en la garganta del comensal que solicitaba su servicio hasta provocar el vómito y así, liberado el estómago, poder seguir comiendo, que tratándose de ostras debía resultar muy caro. Según nos cuenta el impagable Plinio, los romanos consideraban normal comerse 100 ostras por comensal. No crean que solo los romanos hacían costumbre de semejantes placeres. Dicen quienes lo saben que Enrique IV devoraba 20 docenas de una sentada, 240 ostras. Por lo que yo sé sobre el consumo de las ostras, los buenos aficionados acostumbran a comerlas crudas, sin extraños añadidos, vivas y muy frescas. Para terminar les diré que si las ostras estimulan la sexualidad, Enrique IV se debía poner fino.

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