El individuo aislado no existe. Y, en todo caso, la individualidad es una ardua conquista. Nacemos y crecemos en sociedad, en grupos, en convivencia con alguien. Somos gregarios y multitudinarios. Actuamos en manada, pandilla o asociación. Formamos parte de una sociedad anónima. Nos lo dan casi todo hecho por personas que, generalmente, no conocemos..
No es extraño que hayan aparecido lobbies o grupos de presión porque somos humanos y cada cual arrima el ascua a su sardina.
No confundan los grupos de presión con la depresión de los grupos. Hay grupos al alza y otros en decadencia, que se van deprimiendo hasta desaparecer. Es característico de los grupos que busquen la cohesión y que practiquen la coacción. Por eso, los hay que son incondicionales de los suyos y tragan con todo. No puedes razonar con ellos porque podrías hacerles dudar. Y la duda, ofende. Tenemos la piel muy fina.
En esta sociedad tan libre y desinhibida, no están de más las palabras de Erich Fromm en su obra «El miedo a la libertad»: «El derecho de expresar nuestros pensamientos, sin embargo, tiene algún significado tan solo si somos capaces de tener pensamientos propios».
Por desgracia, vemos que impera todo lo contrario. La verdad no es lo que piensa todo el mundo. Las manifestaciones multitudinarias no son ninguna garantía. Pensemos en la Alemania de Hitler. El conformismo tranquiliza y la discrepancia siempre tendrá sus riesgos.