Esas benditas sombras que al salir de tu casa o de donde te encuentres, te sirven como de sombrillas naturales donde poder torear los rayos solares abrasadores. Normalmente y en épocas más llevaderas hasta nos gusta jugar con ellas, las que proyectan nuestros cuerpos sobre las paredes o delante de nuestros pies y hasta jugamos con ellas como si las quisiéramos inútilmente adelantar. Las veraniegas, las de ahora parece como si hubieran desaparecido o son más escasas. Las buscamos como esos corderos que se aferran a las paredes y me pregunto si será que los chiringuitos se han hecho con ellas.
Antes de lanzarte a la calle debes tener hecha la lista de la compra de forma muy meditada, porque si te da por comprar queso es posible que al llegar a tu casa te de la sensación de que ha pasado por un microondas. Hasta los hay que casi han perdido amistades por no detenerse a saludar o intercambiar cuatro palabras, por llevar en su cesta un bloque de helado. Si lo dices pasas por raro, exagerado o que te has inventado esa excusa para pasar de ellos.
Los perros y gatos que son memos inteligentes pero más listos que los humanos no salen a no ser que los saquemos y se acuestan en suelos frescos o entre corrientes y a lo sumo bajo la sombra de algún arbolillo donde una débil brisa los acune. Cuando su humano llegue quemado y sudado ya les dará de comer y beber mientras que con sus ojos les dicen, «mira que eres idiota con la que está cayendo» y créanme, llevan razón.