Balears se ha convertido en ese restaurante donde es imposible comer. La paradoja es suculenta: los restauradores lloran en la prensa porque han perdido clientela, mientras sirven platos cada vez más exiguos a precio de oro y botellas de agua, incluso del grifo, como si fueran cava del caro. Llevan años acumulando grandes ganancias a costa de subir la cuenta de forma desorbitada. Querían exprimir al turista, pero la broma nos ha estallado en la boca a los residentes.
Es difícil salir a cenar y no sudar al ver la carta. Las tapas se cobran como platos principales, estos son cada vez más menguados y las bebidas duplican y hasta triplican el coste de los alimentos. Y quizá te vayas a casa con hambre. La gastronomía se ha convertido en un lujo queriendo darle forma de arte, categoría que nadie vamos a negarle, pero la calidad no se alcanza con vocablos sofisticados ni añadiendo más palabras en detalladas explicaciones que buscan convertir en metáfora la cocina. Ni poniendo velas en la mesa.
El discurso del restaurador suele ser el mismo: «los costes suben, todo es más caro». Y es verdad. Pero no se puede repercutir la inflación cobrando un gazpacho como si lo hubieran elaborado con tomates regados con aceite de oliva virgen extra durante su cultivo y los hubieran transportado en carrozas reales. El lujo ya no es el caviar: es poder comer fuera sin pedir un préstamo.
A los altos precios se han añadido estrategias para extorsionar más al cliente, como servirle pan que jamás pidió, con versión aceitunas o allioli, multiplicado por los comensales, lo que creyeron, como antaño, una gentileza del restaurante. Ilusos, la realidad les golpeó en la tarjeta de crédito. A veces las artimañas rozan el timo, como servir agua del grifo y cargarla a precio de agua mineral embotellada. Y lo más burdo para engordar la suma y abonar la especulación es cobrar 12 euros por colgar unos bolsos en un gancho, como el otro día hizo un restaurante japonés de Ibiza, que Facua -Consumidores en Acción- ha denunciado ante la Dirección General responsable. Los locales burlan la Ley 7/2014, de 23 de julio, de protección de consumidores y usuarios, que fija como infracciones «utilizar cualquier método de venta que induzca a pagar servicios o productos accesorios que vienen predeterminados en la oferta sin que el consumidor los haya solicitado expresamente o cuando se induzca o se confunda al consumidor para que los solicite sin tener plena conciencia de ello».
Hay cocina maravillosa en esta comunidad, riquísima en sabor y en platos autóctonos y tradición. Pero la gastronomía no es auténtica si la gente no la puede disfrutar. Lo grave es que en esa carrera hacia el elitismo y a la captura del turista que nos invade, se ha roto el vínculo con la comunidad local, que no puede permitirse comer fuera sin arruinarse.