Se nos fue agosto, lo dejamos atrás con la sensación de que nos han quedado cosas por acabar y otras por comenzar y no es que seamos perezosos u olvidadizos, es que nos negamos a volver a retomar las riendas de nuestras obligaciones. Hemos tenido un montón de días en que nuestra realidad se ha asemejando más bien a un cuento de hadas, donde lo importante éramos nosotros, los nuestros, los más alegados y el tiempo nada tenía que ver con las manecillas de nuestros relojes.
Pero de repente como si alguien apretara un botón, empezamos a ver a nuestro alrededor gente haciendo sus maletas, abrazos de despedidas y taxis en nuestras puertas para llevarse a todas esas almas con las que hemos pasado nuestras mejores horas y días y con ellas se nos van también esos amaneceres y esas largas puestas de sol compartidas como si ya no volvieran a repetirse, porque esas cosas existen para ser compartidas en abrazos y eternos silencios que nos hablan desde lo más profundo.
Es también el momento de cerrar ventanas y echar la llave hasta una nueva ocasión, porque sabemos que esas ocasiones se repiten cada año, aunque cada año nos pillen con las pilas algo más bajas. Y a pesar de que sabemos a lo que vamos a enfrentarnos, no dejamos de ser algo cobardicas y la pregunta es si sabremos disfrutar de esa conocida compañía de la rutina o nos dejaremos llevar por ella sin planes enriquecedores.