Recientemente, la agencia de calificación Standard & Poor’s elevó la nota de España a A+. Habrá quien piense que este tipo de agencias quedó desacreditado tras el desastre de 2008. También habrá quien considere que el crecimiento español está distorsionado por la burbuja inmobiliario-financiera y que, en última instancia, nuestra economía sigue excesivamente especializada en servicios de bajo valor añadido. Son opiniones legítimas. Sin embargo, en los últimos años la economía española parece haber experimentado transformaciones que merece la pena destacar.
Según el enfoque de la complejidad económica, impulsado desde la Universidad de Harvard, la prosperidad de un país depende en gran medida de su capacidad para sofisticar (hacer compleja) su estructura productiva: los países con mayor complejidad tienden a crecer más rápido, mientras que aquellos centrados en productos simples o materias primas suelen quedar atrapados en trayectorias de bajo desarrollo. Además, la complejidad productiva está estrechamente vinculada a la innovación, la reducción de desigualdades y la transición hacia sociedades más sostenibles en lo social y lo ecológico.
En el caso de España, cuya estructura sigue marcada por sectores de baja complejidad como el turismo y la construcción, el reto es evidente: ¿cómo diversificar la economía hacia actividades más sofisticadas? Lo cierto es que, entre 2020 y 2023 (último año con datos disponibles), España mejoró su posición en el ranking mundial de complejidad económica, pasando del puesto 41 (con un índice de 0,53) al 34 (0,61). Es decir, avanzó siete posiciones en solo tres años. Esto sugiere que se está produciendo una transformación relevante en su estructura productiva.
En los últimos cinco años, el verdadero motor de las exportaciones españolas de bienes ha sido la industria química. No se trata de una casualidad ni de un simple arrastre por tendencias globales, sino de una ganancia real de cuota en los mercados internacionales. Esta evolución demuestra la importancia de la estrategia frente al azar en la consolidación de España en sectores dinámicos. En resumen, la Universidad de Harvard considera alentador el patrón exportador actual, ya que la mayor parte del crecimiento procede de productos de complejidad media y alta, con especial protagonismo de los bienes intermedios y farmacéuticos. No obstante, advierte de que el crecimiento sostenido requiere avanzar hacia productos cada vez más complejos. Desde 2008, España solo ha incorporado doce nuevos productos a su cartera exportadora, cuya aportación a la renta per cápita en 2023 sigue siendo modesta.
En definitiva, la mejora del rating de Standard & Poor’s y la consecuente caída de la prima de riesgo de la deuda española a mínimos históricos puede explicarse, en parte, por los avances en complejidad y sofisticación productiva. El reto, sin embargo, es consolidar ese progreso y seguir profundizando en la diversificación de nuestra economía.