El asalto al Poder Judicial resultará decisivo para saber si vivimos en una democracia real o en una ficción en la que nos creemos demócratas y en realidad somos una jetacracia donde todo está controlado desde la Moncloa, con sus miles de asesores y seguidores. Me dirán que esa palabra no sale en el diccionario. Yo tampoco salgo en el diccionario y soy real, un tipo de carne y hueso. Jueces al servicio del poder ejecutivo, del Gobierno, del presidente y sus socios de caradura, digo, de investidura, son un fenómeno que no es nuevo, pero que ahora resulta muy progresista. La división de poderes no es lo mismo que la división del poder entre multitud de partidos con ideologías contrapuestas, pero con el objetivo común de sacar tajada.
El Tribunal Constitucional puede decir que la amnistía es una potestad de los que tienen la mitad más uno de los votos. Ya no habrá vetos al cambio de régimen. Todo por la república plurinacional o diferentes repúblicas independientes. Pueden revisar sentencias en Andalucía y decir que no hubo corrupción. Ni en Cataluña ni en la familia de Sánchez… Ningún partido o persona están exentos de caer en esa lacra de la corrupción. Si la Justicia funciona, tarde o temprano, la cosa tiene remedio. Pero si falla y el fallo es absolutorio, todo está permitido. Solo necesitas tener jeta.
El orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial parece roto y visto para sentencia.