Vas poniendo años y con ellos te ves obligado a dejar determinadas actividades total o parcialmente, sobre todo aquellas que te obligaban a desafiar grandes obstáculos como saltar muros que te conducían a esos acantilados donde tu visión se perdía en el infinito y donde te daba la sensación casi real de tu insignificancia. Pero como los más entendidos en el bienestar humano te dicen que debes hacerte con nuevos pasatiempos, es cuando entonces empiezas a romperte las pocas neuronas que todavía conservas en buen estado o eso crees y te presentan en bandeja de plata el coleccionar sellos, prácticas culinarias o simplemente matar moscas, es un decir. Y cuando todo eso no te acaba de llenar es cuando empiezas a recibir señales del más allá o del más acá, diciéndote que prestes atención a esos múltiples consejos que expertos sobre todo en políticas mal construidas te brindan gratuitamente.
Con el paso del tiempo que no suele ser mucho, te vas dando cuenta que la estupidez ajena intenta llevarte al río creyendo que eras mozuela o mozuelo, porque el estúpido no distingue de sexos, solo se conforma con el secuestro de tu voluntad. Y mientras escribo esto descubro entre las teclas de mi ordenador una migaja de madalena que me zampé ayer. Ese descuido se que para mí va a convertirse en un nuevo hobby semanal o quincenal, sedentario es cierto, pero totalmente inofensivo para quienes me rodean.