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Una se acostumbra a todo

Demolición

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La única demolición de la que he sido testigo en primera fila tuvo lugar a principios de los 90, cuando toda la manzana de casas que teníamos delante fue derribada para construir en su lugar El Corte Inglés. Aquellos años se hicieron muy largos, porque daba la impresión de que nuestro piso se había convertido en un desierto de polvo que se iba incrustando por todos los agujeros y todas las rendijas posibles. Mi madre, que siempre fue muy pulcra y se movía por la casa con un trapo con el que iba repasando todos los muebles, fue presa de la desesperación. Era inútil intentar limpiar; no servía de nada. En los tarros de la cocina los alimentos se mezclaban con ese polvo negruzco, y el televisor dejó de funcionar por un hartazgo de mierda. Pero fue una demolición como dios manda. Puesto que antes de demoler aquellos edificios sus habitantes fueron compensados para poder ir a vivir a otra parte.

Nunca se ha visto que una demolición tenga lugar con las familias dentro. Por eso me llamó tanto la atención –para mal, muy mal– la declaración del ministro de Finanzas de Israel cuando, la mar de risueño, anunció que el reparto de Gaza, ante el potencial boom inmobiliario de la franja, ya estaba incluso avanzado, puesto que la demolición ya estaba hecha. Bezalel Smotrich lo dijo muy claramente. Puede ser que ya se esté frotando las manos solo de pensar en el beneficio que supondrá para todos los que intervengan en el reparto.

¿No le recuerda a la solución final que pusieron en marcha los nazis? Porque, la verdad, se parecen bastante. Aquella ‘reinstalación’ que pretendían, deportando a los judíos a Madagascar, no es muy diferente. «La demolición ya está hecha», dijo. De acuerdo. Pero con los gazatíes dentro, fundiéndose con el polvo. Qué poca vergüenza. Y qué mala memoria.

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