Más de año y medio habrá permanecido la cárcel de Menorca sin disponer de médico titular, si se confirma la incorporación de una facultativa peninsular que ha solicitado una de las dos plazas vacantes de este centro penitenciario, tal como anunció su directora, María González Valbuena, el pasado miércoles.
Durante todo este tiempo sin que ningún profesional haya elegido este destino debido al elevado coste de los alquileres en la Isla, el personal sanitario de la prisión, dos enfermeras básicamente, han tenido que multiplicar su esfuerzo. Lo han hecho para prestar una atención indispensable intramuros, a una población reclusa que, además, ha alcanzado los mayores niveles de ocupación desde los primeros tres años de su puesta en funcionamiento en 2011.
Se trata de una cuestión capital que no debería repetirse por la casuística médica que se da en un centro de privación de libertad de estas características donde concurren desde patologías psiquiátricas hasta conductas adictivas que precisan tratamiento y seguimiento periódicos. Juegan aquí la salud de las personas, por un lado, y la movilización de recursos para los traslados que dejan de estar disponibles para otras necesidades.
«Señora, la cárcel es un sitio muy frío», relató entre lágrimas la educadora de la prisión menorquina, María Luisa, recogiendo la sensación de uno de los internos con los que trata a diario, a los que observa desde una perspectiva de la que carecemos los demás, de ahí su emoción desbordada en el acto festivo de anteayer.
La funcionaria dijo que ella y sus compañeros «seguimos creyendo que un mundo mejor es posible», convencida de que una reinserción con garantías puede ser realidad si la prisión cumple el que debe ser su cometido con quienes pasan por ella. Seguridad, gestión y atención con personal especializado -un médico al menos- son pilares fundamentales para alcanzar los fines propuestos.