Lo que llamamos fake news, antes era una simple paparrucha. Según la RAE: notícia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo. Otra palabra que ha cobrado importancia, mientras otras se jubilan, es algoritmo. Conjunto de instrucciones ordenadas que permiten resolver un problema, realizar un cómputo, procesar datos o ejecutar diversas tareas. Parece abstracto, pero si les pongo como ejemplo una receta de cocina, verán que vivimos rodeados de algoritmos. Facilitan las cosas, aunque instalados en un misil teledirigido pueden decidir quién vive y quién muere. Con la inteligencia artificial, su presencia aumentará. Por eso, hay otra expresión novedosa: big data o datos a porrillo. En tal cantidad que solo se pueden manejar con nuevas herramientas informatizadas, operando a una velocidad de vértigo.
¿Quién controla el algoritmo? Y no me refiero a la receta de calamares rellenos. Las finanzas los utilizan para la toma de decisiones, predecir riesgos y mover ingentes cantidades de capital.
Plantearán dilemas éticos. En caso de que no pensemos, decidirán por nosotros. Sabemos que tienen sesgos y pueden perpetuar desigualdades. Se aplican en procesos electorales, publicidad y marketing, acciones militares…
Puestos a nuestro servicio, resultan una ayuda inestimable. Pero el algoritmo solitario, o en las manos equivocadas, puede llegar a ser maligno y muy peligroso para nuestro futuro.