Desde que el ser humano inventa cosas, siempre hay alguien dispuesto a anunciar el fin del mundo. En la Inglaterra del siglo XIX, los luditas creían que los telares mecánicos iban a condenar a los trabajadores al hambre y la miseria. Tanto miedo les dio el invento que algunos se dedicaron a romper máquinas, convencidos de que así salvarían su modo de vida. Dos siglos después, los telares siguen existiendo, los luditas -que sepamos- no, y lo que se impuso fue el mundo en el que todos nosotros crecimos. Hoy, con la inteligencia artificial, asistimos a algo similar.
Desde gurús tecnológicos hasta sabios de barra e Instagram, no faltan quienes anuncian que ChatGPT y compañía van a robarnos el trabajo, la creatividad y, ya de paso, el alma. Sería de tontos negar los riesgos: los hubo entonces y los hay ahora, es posible que más grandes. Pero la moraleja es sencilla: las tecnologías no suelen acabar con la humanidad -para eso nos bastamos nosotros-, salvo, claro está, que de repente aparezca Skynet y decida que ha llegado la hora de enviar un par de Terminators. Mientras tanto, calma.