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Yom Kippur y el cambio de ritmo

Zapatillas blancas en Israel

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Hoy, 1 de octubre, los judíos de todo el mundo celebran el día de Yom Kippur. A muchos la fecha nos recuerda la guerra que lleva este nombre, cuando en 1973 un doble ataque por sorpresa estuvo a punto de terminar con el Estado de Israel. El ejército egipcio cruzó el canal de Suez y atacó la península del Sinaí al tiempo que desde el norte las tropas sirias tomaban los altos del Golán. En Israel era un día de ayuno y oración, por lo que el país estaba paralizado y tardó en reaccionar, pero después de mucho sufrimiento y miles de muertos alcanzó la victoria.

La guerra tuvo dos consecuencias importantes: en el plano internacional, la crisis del petróleo; en el interior de Israel, el comienzo de la catastrófica política de asentamientos en las tierras ocupadas de Cisjordania. El origen de los asentamientos lo ha contado con precisión y pasión, escribiendo sobre el terreno con el testimonio de los pioneros, Ari Shavit en su magnífico «La Tierra Prometida».    Fue el resultado de una desdichada conjunción entre el miedo de Israel a la derrota, el fracaso y la desaparición como país, y el fanatismo demente de los judíos ultraortodoxos que querían restablecer el Reino bíblico de Israel en los territorios históricos de Judea y Samaria. Hoy los asentamientos son el principal obstáculo para alcanzar un acuerdo de paz entre los palestinos y los israelíes.

Pero más allá del recuerdo de la guerra y sus resultados, Yom Kippur es el día más importante del calendario judío, la intensa jornada en la que los creyentes ayunan, rezan, se arrepienten y piden perdón por sus pecados. Se celebra diez días después del comienzo del Año Nuevo judío y dura veinticuatro horas, desde que se pone el sol hasta la puesta del siguiente día.

En Yom Kippur el ayuno es total. Los creyentes se abstienen de todo tipo de comida y bebida, incluida el agua, para purificarse, desligarse de los afanes terrenales y ascender a un plano espiritual. Se abstienen también de tener relaciones sexuales e incluso, sorprendentemente, de lavarse. También es tradición evitar en su atuendo el cuero, especialmente en el calzado, porque era hace muchos años un símbolo del lujo y la superioridad de quienes lo vestían. Rechazarlo es, de alguna forma, aseguran los rabinos, mostrar humildad y proclamar la igualdad de todos. En Yom Kippur muchos israelitas calzan zapatillas de deporte blancas; de tela, para evitar el cuero, y blancas por el color que es símbolo de la pureza.

En Yom Kippur la sinagoga es el centro de la vida. Hay dos rituales muy importantes. Uno es la confesión de los pecados, que los creyentes repiten una y otra vez a lo largo del día, golpeándose obsesivamente el pecho con las manos. El otro es la lectura, como no podía ser menos en una religión que pone en su centro la palabra escrita, la revelación y el Libro.

La lectura más relevante es el libro del profeta Jonás. Es un texto muy breve, apenas cinco páginas en mi edición de la Biblia del Oso, y se lee en voz alta a toda la congregación en la sinagoga, en la tarde, casi al final del día. El gran, y combativo, crítico literario estadounidense Harold Bloom recuerda en algún sitio cómo de niño le maravillaba escucharlo en la sinagoga y años después aún lo consideraba su libro favorito de toda la Biblia, con mucha diferencia sobre todos los demás.

La historia de Jonás es conocida. Dios le ordena que vaya a Nínive, la gran ciudad del Imperio asirio famosa por sus jardines y, según la Biblia, por el carácter mentiroso, cruel y deshonesto de sus habitantes. Jonás debía plantearles un severo dilema, arrepentirse o enfrentarse a un terrible castigo del terrible Yaveh. Pero Jonás tuvo miedo, no hizo caso a Dios y huyó en un barco. En la travesía los marineros lo arrojaron al mar, donde un gran pez, quizá una ballena, se lo tragó. Jonás vivió en él tres días y tres noches hasta que el pez lo arrojó en la orilla. Entonces Jonás volvió a Nínive, predicó su mensaje, los habitantes se arrepintieron y Yaveh perdonó a la ciudad.

Quizá a los profanos nos sorprenda que esta sea la lectura principal del día de Yom Kippur, pero los rabinos destacan que el texto resalta, por el momento y la forma en que se realiza, los dos mensajes centrales del día de Yom Kippur: que nunca es demasiado tarde para cambiar la forma de comportarnos, como Jonás, y que el perdón divino alcanza a todos los que se arrepienten de verdad, como los atribulados habitantes de Nínive.       

Hasta aquí el día de Yom Kippur. Ahora la actualidad. Quien escribe estas líneas no es neutral, es amigo de Israel y quiere seguir siéndolo aunque resulte cada vez más difícil, casi imposible. Es indudable que el gobierno de Netanyahu ha convertido la respuesta legítima al brutal ataque del 7 de octubre en una masacre. Pero un amigo de Israel desearía que el rechazo indignado de la enloquecida política del partido gobernante no se convierta en una condena indiscriminada de los judíos y tampoco del pueblo de Israel. Es seguro que hay una profunda división en el país sobre estos hechos. No todos los judíos son cómplices. Los gazatíes han vivido en la miseria y la opresión, no solo de Israel, también de los suyos, y los judíos han vivido muchos años, y viven, en el miedo al aniquilamiento: «Desde el río hasta el mar».

Y seguramente es muy ingenuo, pero el amigo de Israel desearía que Yom Kippur hiciera justicia a su nombre y fuera no solo el día del ayuno y la abstinencia, sino el de las zapatillas blancas de la humildad, el día del arrepentimiento y el cambio de rumbo. Como Jonás, como Nínive.

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