En las últimas semanas, varios gobiernos europeos han impulsado el reconocimiento de un Estado palestino como si fuera una fórmula mágica para resolver el prolongado conflicto entre israelíes y palestinos. Francia, España, Noruega e Irlanda han presentado esta medida como un acto de justicia, como si la mera proclamación de un Estado fuese suficiente para garantizar la paz. Pero detrás de esta narrativa emocional y políticamente correcta, hay una profunda ignorancia —o negación voluntaria— de las veces que líderes palestinos, que no el pueblo palestino, rechazaron tener su propio Estado. Cinco veces, para ser exactos.
Sin embargo, antes de continuar, debo dejar en claro una vez más, sin ambigüedades ni justificaciones, que condeno de forma absoluta y rotunda la masacre perpetrada por el gobierno de Israel sobre la población civil de Gaza. Ninguna respuesta militar puede justificar los niveles de devastación, sufrimiento y muerte que estamos presenciado en este último año.
Lo que el gobierno israelí ha hecho en Gaza, en represalia a los atentados del 7 de octubre de 2023 cometidos por Hamás, ha sido desproporcionado, inhumano y contrario a los principios más básicos del derecho internacional. Defender a Israel de los ataques terroristas no puede, ni debe, equivaler a avalar crímenes contra civiles inocentes.
Dicho esto, criticar el reconocimiento unilateral de un Estado palestino no es sinónimo de apoyar la ocupación ni la violencia del Estado israelí. Es simplemente hacer memoria y preguntarse por qué, una y otra vez, los propios líderes palestinos han bloqueado la posibilidad de construir su Estado. ¿Por qué se insiste en ignorar esa parte de la historia?
La historia, la verdad es que en Cinco veces los palestinos pudieron tener su Estado... y dijeron que no. Veamos:
1. 1937 – Plan Peel (Mandato Británico): El primer plan de partición entre judíos y árabes. La Agencia Judía lo aceptó como base de negociación; el liderazgo árabe lo rechazó tajantemente y lanzó una revuelta.
2. 1947 – Resolución 181 de la ONU: Otro plan de partición. Israel lo aceptó y declaró su independencia. Los países árabes y los líderes palestinos lo rechazaron, optando por una guerra que terminó en derrota.
3. 1967 – Conferencia de Jartum: Tras la Guerra de los Seis Días, los países árabes proclamaron los tres «no»: no al reconocimiento de Israel, no a la paz, no a las negociaciones. Sin ese reconocimiento, no había posibilidad real de Estado palestino.
4. 2000 – Cumbre de Camp David: Ehud Barak ofreció un Estado palestino con el 91 por ciento de Cisjordania, toda Gaza, Jerusalén Este como capital y control compartido sobre lugares santos. Yasser Arafat lo rechazó sin ofrecer alternativa.
5. 2008 – Propuesta de Ehud Olmert: El primer ministro israelí propuso el 96 por ciento de Cisjordania, Gaza completa, intercambios territoriales y Jerusalén Este como capital. Mahmoud Abbas no aceptó ni respondió formalmente.
Es decir, las oportunidades existieron. Las puertas se abrieron. Y fueron cerradas desde adentro.
Lo vergonzante es que el argumento de que Israel es un «colonizador» ha calado hondo en la opinión pública, especialmente en Europa. Pero resulta irónico —y hasta cínico— que potencias históricamente colonizadoras como Francia y Reino Unido, que aún mantienen territorios de ultramar en América, África y Oceanía, hoy señalen a Israel como el gran opresor de la región. Israel representa apenas el 0,3 por ciento del territorio de Medio Oriente, y está rodeado por más de 20 naciones árabes, muchas de ellas hostiles.
¿No es también una forma de colonialismo el imponer narrativas históricas a conveniencia, ignorando los hechos, y dando lecciones morales desde capitales europeas que aún no enfrentan del todo sus pasados imperiales?
Las democracias europeas no pueden ni deben olvidar que el 7 de octubre de 2023, Hamás perpetró una de las masacres más atroces contra civiles israelíes, incluyendo mujeres, niños y ancianos. Esta organización, que gobierna Gaza desde 2007, no solo no reconoce el derecho de Israel a existir, sino que en su carta fundacional promueve su destrucción total. Desde entonces, no ha liberado a todos los rehenes, continúa lanzando cohetes y se escuda detrás de su propia población civil.
¿De verdad se puede hablar de un proceso de paz creíble mientras el liderazgo palestino está dividido entre una Autoridad Palestina débil y un grupo terrorista como Hamás? ¿Tiene sentido premiar ese comportamiento con el reconocimiento de un Estado sin exigir primero unos mínimos éticos y políticos?
Reconocer un Estado palestino debería ser el resultado de un acuerdo de paz real y sostenible, no una reacción simbólica ni un castigo a Israel. Porque hacerlo en este momento —sin condiciones, sin garantías, sin unidad política palestina, y sin que Hamás haya sido desmantelado o deslegitimado— no ayuda a la paz. Ayuda a fortalecer la narrativa del victimismo eterno, ignorando las responsabilidades propias.
Pero nada de esto justifica los bombardeos sobre hospitales, escuelas y barrios enteros en Gaza. La vida de un niño palestino vale tanto como la de un niño israelí. Y ninguna causa, por legítima que parezca, debe construirse sobre la sangre de inocentes.
Por eso, si queremos hablar de paz, hablemos con toda la verdad. Con la historia completa. Con justicia para todos. Y con memoria, para que los errores no se repitan… y para que no sigamos construyendo mitos donde debería haber voluntad real de construir futuro.