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Les coses senzilles

Los santos inocentes

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Cada día amanecemos con titulares que se repiten como un martillo sobre la conciencia colectiva. La actualidad, esa palabra que parece tener vida propia, se despliega en portadas, radios y pantallas con un ímpetu que casi no nos da respiro. Sin embargo, ¿es tan importante todo lo que se nos ofrece como si fuera esencial para sobrevivir? No lo creo. Nos cuentan, por ejemplo, las aventuras y desventuras de la llamada ‘pareja de Ayuso’. O las inclinaciones frutales de la propia señorita Ayuso, que si come mucha fruta o si prefiere poca. Y si no es ella, es Sánchez —solo existe un Sánchez en España, como si fuera un apellido monopolizado— y los líos de su hermano o de su mujer, Begoña Gómez, a quien un juez —cuyo apellido, Peinado, nos recuerda los tiempos heroicos en que nuestras madres nos fijaban el pelo con fijapelo— cita con ‘harta’ frecuencia. ¿De verdad es necesario que sepamos tanto detalle? ¿Aporta algo al bien común? Más bien suena a monomanías nacionales, a pasatiempos colectivos que no conducen a nada.

Las Cortes, entretanto, se convierten en escenario de discursos encendidos donde se lanzan improperios que, por decirlo en catalán, serían calificados de: se diuen el nom del porc, se dicen el nombre del cerdo. ¿Pero quién es el cerdo? El pobre animalito del que nos comemos todo, hasta las pezuñas, que llamamos caminantes. Y, paradójicamente, después de tanto exabrupto se toman un café juntos. Tal vez sea preferible esta comedia a una tragedia real, porque lo otro, lo auténticamente grave, se llama guerra. Y guerras hay demasiadas: Ucrania, Gaza, conflictos que nos enfrentan a la sinrazón de intransigencias y ambiciones convertidas en política de Estado. Nombres que se nos hacen familiares: Putin, que rima con violín; Trump, que suena a clown americano; Kim Jong Un, que en catalán parece: «Quin iogurt!» … Y luego están los ‘santos’: Santos Cerdán, San Elon Musk, San Aznar, San Florentino Pérez, San Rufián con su verbo punzante, o San Netanyahu, las orejas del lobo. Una feria de figuras a las que seguimos como si de ídolos se tratase, aunque pocas veces repercutan en la vida cotidiana de mileuristas y pensionistas que no llegan a fin de mes. Porque la verdadera noticia no suele ocupar portadas: la de miles de españolitos que realizan verdaderos malabarismos para pagar facturas y llenar la nevera. Esa es la actualidad que no vende, la que no cotiza en tertulias televisivas. Pero es, acaso, la única que de verdad importa.

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