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Tender a la hipérbole

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Supongo que no es necesario vivir en unos tiempos tan terribles como estos para tender a la hipérbole. Se trata de un fenómeno que se da con muchísima frecuencia. Pero sí es verdad que hoy la vida nos lo facilita enormemente. Todo es a lo grande. Todo es descomunal. Y, claro, cuando hablamos para expresar lo que vemos, la hipérbole sale a relucir. Es capaz, incluso, de crear una especie de clima de terror. Que hay que desfalcar y prevaricar, por ejemplo, pues que sea con ganas y con ímpetu. No vamos a ponernos a ello por una fruslería de nada. Las mismas guerras son algo que también tiende cada vez más a la hipérbole, toda vez que las armas y los recursos se van sofisticando. Ya no existen las guerras cuerpo a cuerpo, y las armas tienen un alcance que jamás se hubiera podido imaginar. Pero no solo ocurre con los grandes acontecimientos de la existencia. La hipérbole está flotando por encima de nuestras cabezas constantemente. Quién no ha pronunciado frases como: «Llevo una hora esperándote, ¿dónde te habías metido?», cuando en realidad hemos estado esperando unos pocos minutos. O también: «Me comería un buey», simplemente para expresar que tenemos muchísima hambre. Fíjense solo un poco y encontrarán otros muchos ejemplos en la vida cotidiana. Y es que la hipérbole nos relaja, nos hace parecer precavidos y, a la vez, nos ayuda a decir cosas que no pensamos, pero que nos ayudan a vivir. «Me muero», soltamos cuando nos duele mucho alguna parte del cuerpo. De risa: con un paracetamol se nos pasa. El ser humano es así. Miren si no la cena que ofreció la casa real inglesa en honor a Trump. ¿Es posible ser más hiperbólico? Me parece que no. Bueno, ahora que lo pienso, creo que aún le gana el portaaviones americano que atracó en Palma la semana pasada. Menuda hipérbole.

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