Mi amigo Luis Alejandre nos recuerda lo que cita el primer artículo de la carta aprobada en San Francisco en el año 1945 refiriéndose, como debéis haber adivinado, a la carta de las Naciones Unidas que sirvió para desarrollar la creación de este organismo internacional.
Dicho organismo fue creado básicamente para mantener la paz entre los pueblos a nivel internacional, pero también para fomentar la cooperación entre ellos y fundamentalmente para promover el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales.
Y aquí estamos... año 2025 y esta carta se ha tirado, hace ya tiempo, por la borda (nunca mejor dicho con lo que está ocurriendo).
No se ha hecho nada... y que no me vengan con milongas... ningún estado ha sido capaz de parar tanto horror que se está dando en 56 lugares de nuestro mundo.
Guerras internacionales, civiles, conflictos regionales, religiosos... un desastre de mundo y quienes debieran actuar se deshacen en reuniones, conferencias de paz, encuentros... todo lo que queráis pero las personas civiles, las que viven en esos 56 lugares mueren, sufren... y deben sentirse abandonados.
Sé que mis artículos, algunas veces, parecen más que infantiles o poco profundos... pero es que creo que nos hemos de poner en la piel de tanto sufrimiento y, como niñ@s, preguntarnos ¡cómo puede ser que seamos tan tan tan malos!
Pero una luz de esperanza se ha colado estos días en nuestro cerebro, una acción que algunos tildan de chorrada o peor de inocentada y que ha resultado súper exitosa... sí sí, me refiero a la llamada «flotilla»... Un grupo bien dirigido y organizado que ha puesto en ridículo a las instituciones internacionales y a los gobiernos, al demostrar que ¡sí se puede! Sí se puede hacer algo para parar la barbarie...
Y ha tenido que ser la única fuerza real que podrá cambiar las cosas en nuestro mundo... la sociedad civil organizada.
En un artículo que publiqué en este mismo diario ya adelantaba esa realidad. Ya os decía que somos nosotras quienes podemos hacer cambios reales y también decía que aunque nos parezca que es poco lo que podemos hacer, hemos de hacerlo.
Gota a gota, palmo a palmo...
Una buena amiga mía, Sophie, siempre nos recuerda que lo único que puede salvarnos es ¡el amor! Y tiene mucha razón.
Ella se refiere al amor no en el sentido occidental del concepto sino en el amor más allá del romanticismo. Esta idea del amor se transforma en una cualidad espiritual que busca el bienestar de todos los seres que sienten.
Y a ese amor me refiero yo también.
Porque si ese sentimiento de amor puede transformar nuestras vidas, ¿por qué no podrá transformar la sociedad?
Si él nos hace más compasivas, ¿por qué no podría hacer más compasivos a los gobiernos?
El amor tiene cantidad de poderes conocidos por nosotras pero también poderes que quizás no reconocemos.
Empatía, conexión emocional, inspiración para desarrollar actos desinteresados, generosidad... El amor puede crear lazos fuertes entre las personas, fomentando la empatía y la comprensión mutua.
En el budismo el amor se enfoca en la compasión, la bondad, la ecuanimidad y la alegría altruista y se apoya en el desapego, la interconexión y la incondicionalidad.
Aunque el amor por sí solo no puede salvar el mundo, puede ser un componente importante de una sociedad más compasiva y pacífica. Al combinar el amor con acciones concretas y políticas efectivas, podemos trabajar hacia un futuro más justo y equitativo para todos.
Porque ese amor del que os hablo no es un sentimiento pasajero, es una fuerza transformadora que nos invita a trascender el egoísmo y hallar en el bienestar de los demás la felicidad, porque en última instancia todos estamos interconectados.
Os invito a reflexionar y a seguir intentando aportar nuestro pequeño gesto para intentar que nuestro actual mundo vaya por otros caminos y podamos conseguir lo que todos ansiamos... una solución a tanto dolor, una recuperación de los derechos conculcados, una seguridad en el presente y el futuro. En nuestra mano está.