El código de circulación introdujo la distancia de seguridad, pero en cuanto la gente se baja del coche empieza a acercarse demasiado. Cuando la pandemia, dentro de la calamidad, pudimos gozar durante un tiempo de cierta distancia mínima, que en general se respetaba por mandato científico y porque nos jugábamos la vida, pero afortunadamente la cosa (el virus) duró poco, y enseguida nos olvidamos que no hay que acercarse tanto. Ni a las otras personas, ni a los acontecimientos, ni a las ideas propias o ajenas, ni a la realidad, ni a las fantasías. A nada, porque de muy cerca las cosas no se ven bien, se agrandan y deforman, y luego se reducen por exceso de cercanía, dejan de ser lo que eran (si te vendas los ojos con una servilleta, no ves la servilleta), y sin el mínimo distanciamiento las leyes de la perspectiva empiezan a fallar, no se ve nada. Los habitantes de Israel, por ejemplo, son los únicos ciudadanos del mundo que todavía no se han enterado de lo que está pasando allí, ni en Gaza, y no sólo por la drástica censura que impone su Gobierno, sino por su cercanía exagerada al escenario del crimen, que además no les interesa en absoluto por pillarles demasiado cerca. Este fenómeno de no ver lo que tienes delante de las narices, precisamente por tenerlo delante mismo de las narices (tocándotelas, podríamos decir), es bastante universal, y de toda la vida, ya que la gente siempre tiende a acercarse demasiado (a su patria, a sus convicciones, a sí mismos y sus intereses), y ciertos inventos como las pantallas táctiles, que lo ponen todo al alcance de la mano, han fomentado esa manía. No se acerquen tanto si quiere ver algo, sería la recomendación. Pero claro, recomendar es fácil, está tirado, hay expertos en toda clase de recomendaciones, estamos en la era de la recomendación. Ninguna funciona, porque además, salvo pandemia, es casi imposible guardar las distancias. Con lo que sea. Como en el caso de los patriotas, cada vez más abundantes, y que están tan cerca de la patria que ni la ven ni saben cómo es. Se dan de narices con ella. Echo de menos un poco de distanciamiento. Estaría bien guardar cierta distancia con la propia identidad, quien tenga de eso.
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