Un año más, y van 533, conmemoramos el descubrimiento de América, evento que algunos consideran una desgracia, otros una tragedia y unos pocos el gran logro de la Hispania medieval. Más tarde vinieron a invadirlo otros imperios, los británicos, los portugueses, los franceses. De las distintas amalgamas surgidas de esos siglos hemos llegado a la realidad actual de una América dividida en dos por una frontera real y también simbólica: la que diferencia a los católicos de los protestantes, la que separa a los mestizos hispanos de los ingleses-franceses (y demás migraciones multiculturales) y, también, la que determina con casi proverbial probabilidad si tendrás la posibilidad de ser rico (clase media) o pobre y corrupto.
La América del norte es el resultado de una invasión, el desprecio y la aniquilación –hoy lo llamarían genocidio– de la cultura y la sociedad que ya había allí y una imposición de creencias y modos de vida nuevos y ajenos. Allí se replicó lo que los invasores traían del Reino Unido y de Francia, en el caso canadiense. El resto del continente es el resultado del mestizaje, de la combinación de lo que ya había allí –que en gran medida se respetó y valoró– y de lo que se traía de España y Portugal. Muchos iberoamericanos indígenas o medio indígenas lloran porque al ser conquistados por españoles están condenados a la pobreza, se sienten robados y atropellados. Hay un chiste que dice que si sus conquistadores hubieran sido ingleses ellos estarían extinguidos o diezmados y encerrados en una reserva, privados de su forma de vida ancestral. Con enormes problemas y defectos, por supuesto, pero si hoy perviven es gracias a que quien les descubrió traía bajo el brazo la cultura latina.