Nada empezó el 7 de octubre. La fecha significativa es la Nakba de 1948, cuando 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares por las armas para que los ocuparan colonos blancos, venidos de países europeos, en base a la pertenencia a una religión. La población palestina estaba allí desde la prehistoria, no era culpable del nazismo, pero como colonia inglesa pagó las consecuencias de los planes imperialistas para controlar esta zona geoestratégica del planeta y la mala conciencia occidental.
Para quienes consideran a Israel un estado moderno y democrático, hay que recordar que se constituye en ocupante en base a una religión y al relato de ser el pueblo elegido por un supuesto dios que le da derecho a practicar genocidio y limpieza étnica. No ha cumplido ninguna de las resoluciones de la ONU desde hace 77 años y es tan integrista como el ISIS o Estado Islámico.
1948 es también el año de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que nace violada por la propia ONU con la partición de Palestina. Desde entonces, el territorio del estado palestino se ha ido reduciendo a base de asentamientos de colonos racistas y paramilitares armados, que matan palestinos como quien sale a cazar conejos. Oslo fue uno de tantos engaños. ¿La resistencia palestina -ejército de un estado ocupado- tiene alguna base para confiar en propuestas de paz que vienen de occidente? ¿Cuánta sangre palestina hace falta para reconocer los derechos de este pueblo que existe porque, pese a todo, resiste?