Leo, sí, un poco... Es difícil no hacerlo cuando has aprendido a leer. La comprensión implica otros ámbitos. De chico, orientado por un buen maestro de traje gris, descubrí con Gabriel, grumete de Galdós, las derrotas, también las otras, las distancias y el nombre de mares y pueblos en los libros. No paraba de leer, era inevitable no navegar entre palabras. Lejana quedó la réplica de Humillos, alcaldable daganceño, cuando le preguntaron si sabía leer. «–No, ni tal se probará…». Decido a veces leer en voz alta, pausado, si el tema me atrapa por su fondo y estilo. Actualmente leo menos libros, pero, si me cautivan, no puedo dejar de hacerlo; y remiso atraso su final. Sonrío, pienso y siento entre sus páginas. Me hago preguntas, cuyas respuestas los autores solo amagan. Un titulado per se no posee el ‘don’ de conectar con el lector. Todo, en páginas de papel.
Me cuesta adaptarme a las pantallas. Algunos libros me gustan, otros no, e incluso los hay que dependen del momento. Decido si no quiero seguir y lo dejo en la página 30 si su inicio no me seduce. En esta sociedad de vértigo, la reflexión de una lectura consciente debería reivindicar el aprender a pensar, la complejidad del sentimiento, y la necesidad de buscar voces cultas para un diálogo en silencio. Objetar la lectura es negarse a escuchar en silencio. Renunciar a ello es algo que debería preocuparnos, pero confieso: no creo que un lector sea mejor que nadie por el solo hecho de leer…