El día 10 de octubre, en el Colegio de Arquitectos de Menorca hablaron Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, una pareja de arquitectos con despachos en Madrid y Berlín, con una cincuentena de colaboradores en su equipo, que nos ilustraron cómo proyectar con una contemporaneidad radical, en total simbiosis con el patrimonio y el entorno. Han definido su obra como compendio de «racionalidad, poética, abstracción, intuición y geometría» (AD 2022). Esas cualidades los llevan a crear obras arquitectónicas únicas para cada uno de los entornos en que intervienen, generando una tensión positiva y a la vez una complicidad con el lugar, que hace de sus obras una continuación del paisaje urbano o rural, y un contenedor eficiente para el uso proyectado.
De la extensa producción destinada a usos culturales que Nieto y Sobejano han proyectado, quisiera extraer una obra con especial conexión con Menorca, por tratarse de un centro de interpretación para un yacimiento declarado Patrimonio de la Humanidad. Tiene ese paralelismo con la cultura talayótica, en este sentido, al igual que ocurre con el centro de interpretación del Dolmen de Antequera. Me refiero al centro de visitantes de la ciudad califal de Medina Azahara, situado a 500 m del recinto histórico, y rehundido en el terreno para no sobrepasar la cota de los restos árabes redescubiertos en el siglo XX. La riqueza y contención del lenguaje arquitectónico nos manifiesta con qué perfección se pueden entrelazar dos entidades, el recinto histórico y el centro moderno, situado en este caso a suficiente distancia para no interferir en el paisaje del yacimiento, sin generar distorsiones, pero con 10.000 m2 que permiten ver las piezas del legado e interpretar lo que significó, en su corta vida como ciudad, Medina Azahara.
Los dos centros mencionados, y otros más en Andalucía, o algunos tan relevantes como la neocueva de Altamira en otros lugares, traslucen la eficiencia con que la arquitectura contemporánea se puede imbricar en el legado de la prehistoria, mediante construcciones contemporáneas que dan soporte y permiten una mejor lectura del patrimonio arqueológico. Lamentablemente, nada de esto es viable en las Islas Baleares, tampoco en Menorca, debido a las restricciones de la normativa urbanística, ya sean las Directrices de Ordenación Territorial o el Plan Territorial Insular, o los municipales derivados, donde las matrices de usos prohíben el equipamiento con edificación en los suelos protegidos, sin valorar la pertinencia de facilitar la construcción de equipamientos públicos que supondrían un aliciente y un soporte decisivo para las visitas a los componentes de la nominación de la Menorca talayótica como Patrimonio de la Humanidad.
La normativa restrictiva, incluso para equipamientos públicos, puede ser el motivo por el cual los yacimientos en Baleares tienen esas casetas de recepción insuficientes, más parecidas a una casetilla de Leroy Merlín o Green House que a un lugar de acogida digno. Incluso el yacimiento de la ciudad romana de Pollentia, en Alcudia, nos orienta la entrada con un contenedor metálico reconfigurado sin mucho esmero. En Balears, el escaso interés por la arquitectura y la falta de decoro en las instalaciones públicas queda patente en las casetas de acceso a yacimientos prehistóricos. No debería extrañar que la ausencia de un arquitecto especialista en el Servicio de Patrimonio, como ocurre en Menorca, tenga parte de culpa en ese desinterés. Valdría la pena actualizar la normativa y repensar estos servicios de acceso e interpretación, que en otras Comunidades se resuelven con una proyección mucho más interesante del patrimonio monumental, y así enseñar con mimo nuestra riqueza patrimonial.