El problema que arrastramos con el aborto y con tantas otras cuestiones es el cuerpo de creencias de cada cual. Yo estoy muy de acuerdo en que cada uno albergue las creencias que le dé la gana. Yo misma creo en las hadas y me parece feo que la gente se ría de eso. No son más imaginarias que dios, los ángeles o los milagros de los santos. En el terreno de lo particular, de lo privado, que la gente haga, diga y sienta lo que desee. Otra cosa es el terreno de lo público. Y cuando la actuación de un médico, un juez o un policía está determinada por sus creencias, ahí ya no. ¿Alguien comprendería que un médico de urgencias testigo de Jehová le niegue a un herido la transfusión de sangre que precisa? ¿Que un médico del Opus Dei le negara atención sanitaria a una muchacha soltera embarazada por considerarla «pecadora»? ¿Que un juez musulmán condene a la chica violada en vez de al violador porque iba por la vida «provocando» con su melena al viento?
¡Claro que no! Por eso un médico no se puede negar a practicar un aborto cuando está amparado por la ley. Si eres opusiano, profundamente católico o lo que sea, abandona tu carrera en la sanidad pública. Lo mismo si tus creencias condicionan tus decisiones si eres juez o agente de la autoridad. El servicio público debe ser para todos, sean quienes sean. Y los servidores públicos han de ser personas sin ataduras de ese tipo. Sobre Isabel Díaz Ayuso, debe hacer terapia para superar sus dos abortos espontáneos. Y la baja natalidad no se arreglará poniendo trabas a los abortos. Hay detrás infinitas variables que antes habría que atender. Si es tan corta para no saberlo, debería abandonar la política. Y si lo sabe y lo oculta deliberadamente, también.