Ser turista o ser viajero representa una diferencia profunda entre consumir y comprender, entre pasar por los lugares y formar parte de ellos. El viajero mira, escucha y se adapta; el turista, en cambio, suele llegar, fotografiar y marcharse sin apenas rozar la realidad que pisa.
En Menorca llevamos tiempo hablando con responsabilidad del fenómeno «turismo», evitando caer en la turismofobia. No se trata de rechazar el turismo, sino de repensar el modelo. El turismo masivo, con su flujo puntual e intenso, ha alterado el equilibrio de muchas comunidades. Ciudades como Barcelona, Venecia o Palma lo viven cada día: aumento de precios, dificultad para acceder a una vivienda, presión sobre el agua y los residuos, estrés en las infraestructuras (en especial sanidad y carreteras, en Menorca), envejecimiento demográfico o fuga de talento joven. El turismo llena las calles, pero a veces vacía la vida de quienes las habitan.
La sostenibilidad no consiste solo en reducir impactos, sino en educar la mirada para poder, así, actuar de forma responsable. El agua, por ejemplo, es uno de los bienes más escasos y valiosos de nuestro tiempo. No es casualidad que el último Premio Nobel de Química haya reconocido a los científicos Susumu Kitagawa (Universidad de Kioto), Richard Robson (Universidad de Melbourne) y Omar Yaghi (Universidad de Berkeley, California) por descubrir estructuras porosas capaces de extraer agua del aire en el desierto. Un avance que nos recuerda la urgencia de cuidar lo esencial.
Menorca, con su frágil equilibrio, encarna este desafío. Nuestra isla vive del turismo, pero no puede permitirse desvirtuar aquello que la hace única y que atrae a ese visitante. Necesitamos un modelo basado en equidad, consenso y equilibrio, como se planteó en el «Forum Menorca Mira el Futuro al Lazareto», para garantizar un futuro común. Como señalaba Willy Díaz Aliaga, director general del grupo hotelero Artiem, «no se cuestiona el turismo, sino su modelo y la distribución de sus beneficios».
Creo que la sociedad menorquina es, en general, consciente del esfuerzo que el sector hotelero realiza para adaptarse a las medidas de sostenibilidad, un proceso que no siempre resulta sencillo. De hecho, en una reciente jornada sobre sostenibilidad en el sector sanitario se pusieron como ejemplo las prácticas del sector hotelero, por sus muchos puntos en común. Las cifras globales lo confirman: la huella de carbono del ámbito sanitario supera a la del turístico, lo que demuestra que todos los sectores deben implicarse en este cambio.
Entre las medidas propuestas destacan los planes hídricos con metas verificables, las certificaciones serias (no cosméticas), la formación del personal y una comunicación honesta con el cliente. También existen acciones cotidianas que marcan diferencias: cambiar toallas o ropa de cama sólo cuando sea necesario, apostar por el consumo local y el de temporada (para lo cual deberían revisarse los precios), respetar los horarios de riego y hacerlo con goteo, o usar el agua con responsabilidad en playas y puertos. Son gestos sencillos que reflejan una nueva forma de entender el viaje: el turismo sostenible nace del compromiso de cada persona.
Pero la sostenibilidad va más allá del sector turístico. Deberíamos revisar nuestros propios consumos y recuperar prácticas ancestrales que hoy vuelven a cobrar sentido. En Menorca, por ejemplo, podríamos retomar las recogidas de cisterna y pluviales «a la menorquina», recuperando las bajantes tradicionales que conducían el agua de los tejados a los aljibes de las casas de campo y extendiendo esta práctica a las nuevas edificaciones. También sería deseable promover cubiertas captadoras y depósitos de agua en equipamientos públicos y privados. Y, por supuesto, seguir apoyando la desalinización, siempre acompañada de un uso eficiente y responsable.
A todo ello se suma una nueva dimensión poco visible: la huella hídrica digital. La inteligencia artificial y los servicios digitales también consumen agua, utilizada para refrigerar los centros de datos que hacen posible cada consulta y cada interacción en línea. Utilizar lo digital con criterio también forma parte de la sostenibilidad.
Y volviendo al sentido de la reflexión, ser viajero es ir más despacio, entender que el lugar que visitamos es el hogar de alguien y dejar en él algo más que gasto: dejar respeto. Se trata de pasar del turismo que consume recursos al turismo que convive con ellos. Porque el turismo sostenible no es sólo una cuestión de cifras, sino de actitudes y acuerdos.
De esta diferencia, creo, depende que Menorca siga siendo lo que es: un equilibrio vivo que merece ser cuidado.