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Historias perrunas

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Algunos perros son muy distintos al común de los otros perros. Aquí les dejo algún ejemplo: conozco la ubicación de un cementerio andaluz que tiene a 10 metros de la puerta de entrada la figura de un perro negro bastante grande esculpido en piedra. Este perro se enteraba (no sé cómo) de todos los entierros que había en aquel pueblo; se ponía al final del cortejo fúnebre para poder entrar en el cementerio y se dirigía a una sepultura concreta y se tumbaba sobre ella. Era donde estaba enterrado su amo y amigo y allí se quedaba hasta que le decían que había que irse que iban a cerrar.     

Cerca de la parroquia de San Sebastián, al lado de la madrileña calle Huerta, vivía un perro que se tenía aprendido para lo que le servía un euro que le ponían cerca de la boca y que él tomaba con gran delicadeza. Luego echaba a correr hasta una pastelería del barrio, esperaba que alguien  entrase o saliese para colarse, se levantaba apoyando solo en el suelo las patas traseras y depositaba la moneda sobre el mostrador para que le dieran un bollo que cogía con gran cuidado, salía a la calle y allí se lo comía tranquilamente hasta que otra alma caritativa o por ver actuar al can, le ponía otro euro cerca de la boca.

En Alcalá de Henares, en la calle Libreros que da a la Plaza de Cervantes, está ubicada la armería Dardo de mi amigo Pablo, casa que yo visitaba con frecuencia para adquirir lo que necesitaba para cazar o pescar. Estaba hablando con Pablo sobre asuntos de caza cuando un perro perdiguero, concretamente un pointer, dio unos golpecitos con una pata en la puerta. "José María, abre al perro, que viene a comprar cartuchos". "¿Cómo…?". Y en efecto, el perro llevaba una bolsa a la espalda pillada con una especie de arnés y en su interior un papel donde llevaba anotado que quería dos cajas de cartuchos y la marca, y cogido con una pinza el dinero. Realizada la operación, le volví a abrir la puerta y el pointer se fue a su casa. Esto que les acabo de contar tuve la oportunidad de presenciarlo dos veces.

Cerca de la urbanización donde vivo, vino a vivir sus últimos años de vida un pastor de Illana (Guadalajara) a casa de una nieta. Se trajo consigo su perra carea, gran ayuda para dirigir el rebaño de 500 ovejas por el campo. La perrita era de raza muy amestizada, lo que hacía imposible saber a ciencia cierta a qué raza pertenecía. A la semana de haberse instalado en la casa de su nieta, la perrita desapareció. No pueden imaginarse el disgusto de aquel hombre. "¡Me han robado la perra!... ¡me han robado la perra!". Y se le caían por las arrugadas mejillas unas lágrimas que me causaban desazón ver. Tres días más tarde me encontré al pastor sentado en un banco en la zona de esparcimiento junto al río Camarmilla. Estaba como unas castañuelas. "¡José María, han localizado a mi perra!". El animalito añoraba su pueblo de Illana y a las ovejas y allí que se volvió, cruzando campos y carreteras, 77 kilómetros que se dice pronto. Algo increíble si no conociera otro caso de otro perro que aun la echó más larga. Para el caso, este vivía en Bilbao pero destinaron a su dueño, un diplomático de carrera, a un país fuera de Europa así que decidió llevar el perro a su hija que vivía en París. Al día siguiente el can desapareció. La hija no sabía cómo decírselo a su padre. Una semana más tarde, el perro estaba tumbado delante de la puerta de su casa en Bilbao donde siempre había vivido. Llamaron a su amo al país donde se encontraba y vino a Bilbao a por el perro. ¿Por qué campos y carreteras saturadas de tráfico se desplazaría aquel noble perro para volver a su casa?  Conozco el trayecto por haber estado en Francia, entre otras ocasiones, haciendo la ruta de los quesos franceses y me parece increíble la arriesgada trayectoria de aquel can.

Conozco más casos de perros que han hecho cosas insólitas, pero se me ha terminado el espacio que tengo concedido. Otra vez será.

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